Salto al pasado. O, tal vez, al precipicio. La presentación del programa del Partido Popular en Barcelona ha resultado una performance excesiva de radicalidad en las críticas y acusaciones a Pedro Sánchez que ha hecho languidecer la atención a las 500 medidas de su programa. Y no es que dejen de sorprender algunas de ellas. Más que nada porque podría afirmarse que son propuestas no para gobernar España, sino para pedir el retorno de los votantes errantes de Vox, otrora recogidos en el nido popular; son, por otra parte, propuestas anunciadas en Cataluña , no para convencer a los catalanes, sino para usar Cataluña como púlpito de su patriotismo equivocado, con la única intención de buscar el voto en el resto del Estado. La puesta en escena, en todo caso, adolece de muestras inequívocas de nerviosismo.

Tenía interés que fuera en Barcelona pero, como se ha podido comprobar, hacer política en Cataluña les importa poco; las medidas van contra el independentismo, también contra casi todos los catalanes y los partidarios en España del Estado descentralizado y plural. Juegan con resignación y no menos irresponsabilidad: las encuestas no van bien, la recién publicada en este mismo medio cifra el afecto electoral de los catalanes en dos escaños, un tercio menos que en los últimos comicios y, en otros territorios, simbólicamente igual de aludidos, Euskadi, por ejemplo, el aprecio es claramente menguante. ¿Entonces? Pues, parece claro, Pablo Casado no se baja del burro en su tremendismo, utiliza Cataluña como fulminante de su campaña por todo el Estado.

El PP vuelve atrás del consenso constitucional que alumbró el Estado de las autonomías. Quiere renacionalizar, recentralizar España, negar su carácter plural y la convivencia, que ellos mismos decían, ha sido fruto de los mejores 40 años de constitucionalismo. Lo hace, además, de manera suicida frente a sus propios barones regionales.

Olvida que el propio poder orgánico del PP está descentralizado y también que, detrás de estas elecciones, vendrán las municipales y, sobre todo, las autonómicas del régimen común. Olvida también las profundas reformas constitucionales que exigen su vuelta atrás territorial.

Regreso al pasado

Por lo demás, su programa ultraliberal está a la altura de sus exigencias ideológicas y de sus deudas con los suyos, como fiscalmente demuestran donde gobiernan, léase Andalucía.

El PP regresa a su pasado fundacional, la España gris, está dispuesto a acabar con los consensos, todo por la presión de la ultraderecha que es incapaz de resistir, quizá porque es un brote de radicalidad que tenía enconado y ahora explota. Y vuelve a mostrase intensamente como partido cristero, así se pone de manifiesto en sus propuestas sobre eutanasia, veladamente sobre el aborto, tan al pasado como los neandertales, o la educación, primada, concertada, en su mente, fundamentalmente religiosa.

Un programa extremo, nacionalista y ultraconservador, regresivo, en ciertos casos preconstitucional, y siempre, no de reojo, mirando a los ojos a Vox: su tormento.