Arrancada de caballo, parada de burro. Así definiría el sabio refranero el (pen)último episodio del interminable martirologio del independentismo. Junts per Catalunya y ERC echaron mano el miércoles de los fórceps para investir deprisa y corriendo a Jordi Turull y que se presentase hoy ante el juez Pablo Llarena en calidad de presidente de la Generalitat electo. No habría podido tomar posesión del cargo ni se hubiera cumplido el trámite preceptivo de la sanción del Rey, pero el objetivo era exhibir frente al mundo una vez más las fauces del Estado: un president procesado e hipotéticamente encarcelado por rebelión. Sin embargo, el plan c se frustró con la c de la CUP, impávida ante una travesura de sus socios destinada también a acorralar a sus decisivos cuatro diputados.

Tres meses después de las elecciones y con dos candidatos a la investidura en la papelera de la historia, la legislatura catalana sigue tambaleándose, zarandeada a un lado por las tentaciones de desobediencia de JxCat que ERC intenta sin éxito apaciguar y la CUP avivar, y al otro por el látigo judicial de un magistrado del Tribunal Supremo que acaba de precipitar los tempos de la causa del procés para procesar a todos sus protagonistas y que ayer optó por ignorar al fiscal general del Estado y mantener entre rejas a Joaquim Forn.

DISCURSO AUTONOMISTA / Pero los dimes y diretes entre los independentistas pesaron más que las acometidas del Estado y la épica secesionista, explotada desde la tribuna del Parlament por un Turull que, consciente de que el juez con el que se verá hoy escudriñaría hasta en la última coma de su discurso para decidir si le envía a la cárcel, se marcó una arenga plúmbea en la que no halló acomodo para independencias, repúblicas, referéndums, procesos constituyentes ni instituciones en el exilio. Lo más desafiante que pronunció fue la promesa de no «agachar la cabeza» ante ningún embate del Estado.

Sí hubo tiempo en 57 minutos de perorata para desempolvar toda esa agenda social arrasada en el último bienio por la marea procesista. Turull podía prometer lo que quisiera porque el naufragio de su candidatura era irremisible desde minutos antes del pleno, cuando la CUP le propinó la puntilla al petrificar unas abstenciones que difícilmente se tornarán en votos afirmativos de aquí a mañana, cuando debería celebrarse la segunda votación. El cupaire Carles Riera proclamó que su grupo se libera de todas las alianzas precedentes con el resto del secesionismo y pasa a la «oposición», al menos hasta que se otee la república en los planes de JxCat y ERC, que incluso ofrecieron celebrar en apenas un mes una cuestión de confianza. Pero ni así.

Con el plantón de la CUP, las únicas opciones de salvar la investidura el sábado pasarían por Bélgica, pero haciendo primero escala en Madrid. La renuncia a los escaños de Carles Puigdemont y Toni Comín allanaría el camino de Turull, aunque los afectados no dejan de insistir a diario de que nada de eso se les ha pasado por la cabeza.

DISCURSO DEL CANDIDATO / Sin embargo, la presión sobre ellos podría redoblarse mañana si el juez ordena hoy que el exconsejero pise de nuevo la cárcel. Habría que ver si es posible celebrar la segunda votación sin la presencia de un aspirante que ya ha defendido su programa de gobierno. Pero aun así su Govern carecería de la «efectividad» que tanto reclamaba ERC.

Jordi Turull descorchó el debate de investidura sabiendo que no saldría del Parlament siendo presidente de la Generalitat, y eso condicionó sin duda su discurso. Como la CUP ya había dicho que no iba a darle sus votos, el aspirante de Junts per Catalunya -el primero que llega a dirigirse al hemiciclo, tras las renuncias de Carles Puigdemont y Jordi Sànchez- no hizo ninguna alusión a la república, ni echó mano de ningún cebo que pudiera atraer a los antisistema.

Durante una hora, y consciente de que su suerte estaba ya decidida, Turull hizo un discurso taciturno y atropellado: costó entenderle en muchos momentos. Solo al principio y al final, cuando recordó la votación del 1 de octubre, el candidato se apartó de la prosa funcionarial y mostró algo de pasión.

La parte en la que justificó por qué aceptó presentarse a la investidura también se apartó del tono monocorde general. Turull dijo que habría podido vivir más tranquilo sin hacerlo, pero que, «ante esta encrucijada», se habría convertido «en un alma en pena» que no podría «mirar a los ojos» a sus hijas. «Prefiero ser víctima de injusticias que desentenderme de un momento como el actual», afirmó.

No hubo, por ejemplo, menciones a la multiconsulta del final del mandato, a la elaboración de un esbozo de constitución o al «espacio libre de Bruselas». Por el contrario, Turull sí ofreció «diálogo»» en varias ocasiones, tanto a la Moncloa como al Rey: «Por nosotros no quedará. Tendremos la mano tendida si existe la más mínima opción de obtener respuesta del jefe del Estado o del Gobierno».

En su réplica a los líderes de la oposición, el guión de Turull no cambió. «Me gustaría poder llegar a un acuerdo. La unidad es lo que hace avanzar a los pueblos», dijo, sin mucha convicción de poder mover a la CUP mañana, en la segunda jornada del debate.

RENUNCIAS / Tras las votaciones de anoche, y por sorpresa, Marta Rovira, Carme Forcadell y Dolors Bassa renuncian a sus actas de diputadas. Las tres diputadas pertenecen ERC, por lo que serán sustituidas por los candidatos siguientes de la lista.