Como dos presos que huyen esposados, que correrían hacia lugares distintos, si no fuera porque las cadenas les obligan a un esprint coordinado. Pablo Iglesias e Íñigo Errejón corren hacia las elecciones y se necesitan mutuamente. Sabe el líder que si en las autonómicas y municipales del 2019 Podemos no recupera el aliento perdido y logra un trampolín territorial, su fracaso estará escrito para las generales del 2020. El feudo más preciado es la Comunidad de Madrid.

Tras conquistar todo el poder del partido en Vistalegre 2, en febrero, Iglesias y Errejón llegaron a un acuerdo. El exnúmero dos era fulminado de la portavocía en el Congreso y de la secretaría política tras haber desafiado al líder. Como premio de consolación, sería candidato a la Comunidad de Madrid y, además, podría obtener el control de la estructura de Podemos en la autonomía y de la capital gracias a la apertura de dos procesos de primarias en los que Iglesias no presentaría candidatos alternativos al errejonismo.

PAZ PRECARIA / No fue un pacto fácil. Iglesias tuvo que imponerse a fuertes presiones de estrechos colaboradores que se negaban a ofrecer nada a Errejón después de derrotarle. Además, se resistía el secretario general en la comunidad, Ramón Espinar, que acababa de acariciar el poder, tras unas primarias en las que se impuso por la mínima a la errejonista Rita Maestre. Aun así, bajo la supervisión de un mediador de confianza mutua, en pos de pacificar Podemos para salvar el partido del cambio, Iglesias y Errejón validaron el acuerdo. Algunas de las personas más próximas al líder lo filtraron a la prensa de inmediato.

Entonces, el errejonismo quedó amordazado, rehén de un pacto sobre el que el pablismo ha ido apretando las tuercas. Primero, con la purga de decenas de trabajadores del aparato estatal, afines a Errejón. Después, con el corsé a la línea política. Cualquier discrepancia hecha en público contra el argumentario del oficialismo ha sido utilizada como amenaza para romper el acuerdo.

Ahora el pacto se tensa. Iglesias se desdice del acuerdo y no quiere entregar el poder de Madrid a Errejón. Promueve, en cambio, al exJemad Julio Rodríguez como candidato a la secretaría general de la capital, vulnerando así el entendimiento alcanzado después de Vistalegre 2.

Aunque el entorno oficialista vende a Rodríguez como «candidato de consenso», lo acordado era que la nueva líder del partido en la ciudad fuese la portavoz del ayuntamiento, Rita Maestre. Ni la edil ni Errejón quieren una nueva batalla por Madrid así que, si no salvan el acuerdo, presentarán este viernes una lista con candidato menor. No quieren abrir bajo ningún concepto la guerra con el pablismo. Tienen dos grandes motivos para anteponer una paz precaria a una guerra abierta.

EFECTO CARMENA / En primer lugar, el gobierno de Madrid. Manuela Carmena, que advirtió en 2015 de que solo asumiría una legislatura como alcaldesa, es ahora propicia a repetir. Aunque la decisión no es firme, está valorando seriamente volver a presentarse. Su cambio de actitud coincide con el impulso que Iglesias trata de dar al exJemad. A nadie se le escapa que si Carmena colgase la vara de mando, el entorno del líder podría postular a Rodríguez a la alcaldía, a pesar del rechazo de la corriente Anticapitalista y de IU por el general.

En segundo lugar, Errejón quiere salvar la paz por su carrera y su tesis política. Una guerra abierta entre pablistas y errejonistas serviría a Iglesias para impugnar el resto del acuerdo: no convocaría primarias en la Comunidad de Madrid, mantendría a Espinar como secretario general, y obligaría a su exnúmero dos a presentarse de candidato a las elecciones autonómicas a pelo, sin poder orgánico, jugándose toda la carrera en una contienda electoral en la que las encuestas dicen que puede vencer a Cristina Cifuentes (PP). Él sabe que en la eternidad hasta las urnas puede ganar todo y perder todo.