El veterano diputado observaba desde la otra esquina el revoloteo de un joven de mediana estatura, repeinadísimo, ancha sonrisa y chaqueta ceñida; con los botones a punto de saltar, como las aceitunas en los concursos que frecuentaba. «Ahí está el de Murcia», musitó con desgana, como quien comenta que van a dar las doce. Y eso que allí estaba el muñidor del pacto con Vox que acababa de abrir las puertas de la Junta de Andalucía al PP de Moreno Bonilla, todavía convaleciente de su tremendo batacazo en las urnas.

Hay que reconocer que Teodoro García Egea se había remangado con la ultraderecha. ¡Qué contento había posado para las fotos con Ortega Smith! El abogado de Vox en el juicio del procés incluso llegó a reconocer su «nobleza». Tenía sobradas razones el dirigente murciano para caminar sobre las aguas del Guadalquivir porque él y su jefe, Pablo Casado, llevaban solo cinco meses en Génova y ya tenían el trofeo que se le había resistido toda la vida a Javier Arenas. La Junta del PSOE andaluz. Sí, Arenas, ése que bajó del caballo al PP de los latifundios, el que perdió por primera vez una batalla orgánica intentando que Soraya Sáenz de Santamaría le diera dolores de cabeza a Pedro Sánchez. «No habrá paracetamol en el mundo», declaraba la exvicepresidenta cuando peleaba por el puesto que ganó Casado.

Esos dos momentos decisivos de la historia reciente de los populares, las primarias y la conquista del Gobierno andaluz, agravaron la enfermedad de un PP herido pero que venía de resistir electoralmente un tsunami de casos de corrupción y que mantenía una tupida red territorial. Al PP le han sentado a cuerno quemado las primarias (las abrazaron a la desesperada, como si fueran un tratamiento experimental del que sabían bien poco) y tampoco han calibrado las consecuencias de su errática operación de mimetización con la extrema derecha. «El votante de Vox pedía al PP lo que yo estoy ofreciendo en el PP», garantizó Casado a Federico Jiménez Losantos dos días antes de recibir el purgante de las urnas. 48 horas después de las votaciones, se autoproclamó líder del centro derecha frente a la «ultraderecha», ahora con todas las letras.

Así que, con los alcaldes y los candidatos de mayo al borde de un ataque de nervios, en Génova se han visto obligados a asumir el discurso más moderado de los derrotados en las primarias: los hacedores del pacto con Vox quieren retomar el camino del centro, aunque sea mermando su credibilidad tanto como su grupo del Congreso. Todo para evitar que Ciudadanos le dé el bocado definitivo. Buscar el centro para no ser engullidos. ¿Y si allí se encuentran con Sánchez apeándose del Falcon tras una expedición con la patronal?

La CEOE, la patronal, está pidiendo que lo dejen gobernar. Parece que hay curvas a izquierda y derecha para llegar al centro, dondequiera que esté. No va a haber en el mundo biodramina para los mareos de este viaje tras el volantazo in extremis.