Quienes creen en la vida de ultratumba, a partir de mañana especularán con las conversaciones que Franco va a poder mantener con personalidades cercanas como Carrero Blanco, Arias Navarro, el dictador dominicano Leónidas Trujillo, los ministros franquistas Nemesio Fernández Cuesta y Demetrio Carceller, entre otros altos cargos del antiguo régimen, o su esposa, Carmen Polo.

Todos son habitantes del cementerio de Mingorrubio, situado en el distrito madrileño de El Pardo, donde van a ser trasladados los restos del dictador. Sin embargo, en el mundo de los vivos, su llegada a la barriada genera poco entusiasmo. Más bien ninguno.

Viviendas franquistas

El viaje de los huesos del antiguo jefe del Estado desde el Valle de los Caídos hasta su nueva morada tiene aires de regreso. No en vano, su nuevo nicho está situado a un kilómetro y medio del palacio que habitó la mayor parte de su vida, y es aledaño a la colonia que él mismo mandó construir a finales de los años 50 para alojar a los familiares de su séquito personal. Pero el mundo ha cambiado mucho en los casi 44 años que Franco lleva muerto, y Mingorrubio también.

Hoy es imposible hallar en Mingorrubio alguna señal que recuerde al antiguo régimen y entre sus habitantes la figura de Franco provoca reacciones de desapego. «En broma, algunas vecinas habíamos acordado decir que no sabemos quién es cuando empezaran a aparecer periodistas preguntándonos por él», cuenta Mónica Sánchez, madre de dos niños de dos y cuatro años, en el parque infantil.

Ella, que se mudó aquí hace tres años, pertenece a una de las dos generaciones que hoy conviven en la colonia, formada en su conjunto por algo más de un millar de vecinos.

Las casas -todas iguales, de 120 metros distribuidos en dos plantas- alojan sobre todo a parejas jóvenes con niños que aprecian los privilegios de vivir en un paraje natural a un cuarto de hora en bus del metro de Moncloa y a 15 kilómetros de la Puerta del Sol. En varios portales inmobiliarios, hoy se oferta media docena de casas como la suya a 300.000 euros la compra y algo más de 1.000 el alquiler.

El nomenclátor de Mingorrubio parece sacado de un videojuego bélico. La calle del Heroísmo es paralela a Fortaleza, ambas cruzadas por Batallón, Fortín y Escuadrón.

El martes, un grupo de niños jugaba a las guerrillas con espadas de gomaespuma en sus aceras. Colgadas en las ventanas, se podía contar un número de banderas españolas similar al que hay en cualquier barrio de Madrid. Por supuesto, todas constitucionales.

«Es que aquí ya no queda franquismo. Lo que más abunda son parejas jóvenes, y los viejos que sobreviven hablan de aquella época sin reivindicaciones políticas», explica Paco García, frutero de la colonia y nacido aquí hace 60 años, a cuento de la otra generación de habitantes de Mingorrubio, formada por quienes sirvieron de escolta al dictador Franco y tuvieron que reciclarse en guardias reales al llegar la democracia.

«Puede que en El Pardo encuentres a algún nostálgico, pero aquí hay el mismo reparto ideológico que en cualquier otra zona de Madrid», añade el comerciante convencido del cambio experimentado en el lugar. Su negocio, unido a dos bares, una iglesia y un instituto concertado, completa la oferta de servicios públicos de la colonia.

No más turistas

Los días de fiesta, en Madrid es tradición ir a comer a alguno de los restaurantes que salpican la zona y bajar el almuerzo paseando por las sendas que se pierden por el monte. «No te presentes un domingo sin reservar, porque no pillas mesa», avisa Antonio Nevado, camarero del bar Flora Barragán. Nacido aquí hace 37 años, este nieto de un antiguo escolta de Franco no le ve ningún beneficio a la llegada inminente de los huesos del dictador a este lugar. «Si es por turistas, no los necesitamos, con la clientela diaria vamos servidos».

Cuesta hallar en Mingorrubio testimonios que comulguen con la noticia que ha hecho célebre a la barriada. El sentir general se mueve entre la indiferencia y la inquietud.

«En casa ya hemos comentado la idea de largarnos el 20-N para no ver desfilar a los franquistas, si les da por venir», confiesa Isabel López, una de las vecinas de la colonia desde hace seis años.

«Imagino que habrá movimiento al principio, pero en cuatro días volverá la normalidad que desea la gente», prevé por su parte Paco García. Cuando el frutero de Mingorrubio era niño, las apariciones del dictador por estas calles eran saludadas al grito de «¡Franco, Franco, Franco!». Mañana, nadie se asomará a la ventana a ver llegar su ataúd.