Fiel hasta el final a su manera de hacer las cosas, con contención, sin aspavientos, pertrechado de sus muy sabidas convicciones, Mariano Rajoy se ha despedido ante el congreso que decidirá quién le sucede al frente del PP aguantando hasta el límite las lágrimas por la emoción de una marcha no deseada.

Para no llorar ha tenido que recurrir repetidamente a un gesto muy suyo -los labios apretados con fuerza- en un extenso discurso interrumpido por los aplausos casi en medio centenar de ocasiones, a veces con todo el auditorio puesto en pie.

Los más de 3.000 compromisarios a los que ha dicho adiós le escuchaban casi extasiados, entregados, agradecidos y dolidos por la pérdida de quien ha sido su presidente durante 14 años.

Y aunque se han emocionado con su hasta ahora comandante en jefe, envueltos en el sofocante calor de un plenario que intentaban aliviar abanicándose con las cartulinas amarillas de votación del "sí", también se han reído con él, porque Mariano no puede dejar de ser Rajoy y ni siquiera hoy ha renunciado a su retranca gallega.

Como al confesar que sus años al frente del PP han sido los mejores de su vida política "aunque algunos podían haber sido un poco más cómodos", o al advertir a los suyos que "ahora se lleva mostrar mucha pose, sensiblería y muy poquita sustancia", apretando ostensiblemente los dedos y mirando con intención al tendido.

Mariano, el "querido Mariano" al que su amiga Ana Pastor ha puesto al borde de las lágrimas al rendirle su propio homenaje, ha utilizado para despedirse los mejores recursos dialécticos aprendidos en su larga trayectoria política, esa que comenzó en 1977 pegando carteles de AP una noche en Sanxenxo (Pontevedra).

"Me voy con la serenidad de que no han sido los españoles quienes nos han retirado del Gobierno, ni tampoco mis compañeros de partido", ha manifestado antes de arremeter sin contemplaciones contra quienes han conseguido llegar al Gobierno "por la puerta de atrás" sin el respaldo de las urnas.

También ha defendido su gestión económica, su negativa a negociar con ETA o a acercar a sus presos, o la respuesta que dio al desafío secesionista catalán.

"No hemos necesitado alharacas ni gesticulaciones", ha aseverado al respecto, haciendo gala una vez más de sus piruetas lingüísticas de las que también había dado pruebas un vídeo del PP emitido para homenajearle donde se recuperaba aquel famoso "a mí realmente me emociona" que confesó tras visitar nada más y nada menos que un campo de alcachofas.

También ha habido andanadas veladas pero clarísimas a José María Aznar -"Me aparto pero no me voy. Seré leal y sabéis que yo sé lo que es ser leal"- y una entusiasta reivindicación de la "noble" e "imprescindible" tarea de la política pese a sus "sinsabores".

Y Viri, su esposa Viri Fernández, sentada en primera fila junto a él y a quien ha dado las gracias haciendo excepción a su costumbre de no expresar sus sentimientos personales en público.

"Me he llevado problemas del trabajo a casa, pero jamás de casa al trabajo, porque alguien se encargaba de solucionar ese problema con discreción y con cariño", ha dicho a su esposa mientras la miraba y los compromisarios aplaudían a rabiar. Porque esta tarde, en el congreso del PP, Viri ha sido la más aplaudida tras Rajoy.

"Lo que he recibido de vosotros es mucho más de lo que merezco", ha reconocido al acabar, recordando al joven opositor que pegaba carteles de noche en Sanxenxo, muy emocionado, con una gran bandera de España ondeando en la gigantesca pantalla situada tras él y todo el auditorio poseído por un aplauso que parecía no acabar nunca.

Hoy Mariano Rajoy se ha llevado todo el protagonismo, pero el runrún en los pasillos marcaba la gran preocupación que desata una sucesión que se resolverá de manera insólita en el PP, con dos candidatos en guerra de cifras y aparentemente igualados.

De manera exquisita, el presidente saliente ni siquiera los ha mencionado, sólo ha pedido "responsabilidad" a su partido para el futuro que les aguarda, mientras ellos le escuchaban con el veterano Luis de Grandes en medio.

Soraya Sáenz de Santamaría ha coincidido hoy con María Dolores de Cospedal en el color de su vestido blanco; Pablo Casado era uno de los pocos hombres con corbata, de color verde, igual que el vestido de Ana Pastor.

"¡Presidenta, presidenta!", han gritado a Sáenz de Santamaría sus partidarios; "¡Presidente, presidente!", han animado a Casado los suyos.

Uno de ellos lo será mañana y nadie tiene clara la apuesta, aunque hay quien tiene claro por qué el primer partido de España se ve en este brete. Una compromisaria de Soria no se ha cortado al espetar al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo: "La que has liado, pollito".