El que parecía que iba a ser un ministro de Educación, Cultura y Deporte de corto recorrido, nombrado inicialmente para solo cinco meses de mandato, se ha acabado convirtiendo en el verdadero ejecutor contra viento y marea de la impopular ley orgánica para la mejora de la calidad educativa (LOMCE), una de las ‘patatas calientes’ del Ejecutivo de Mariano Rajoy que ahora ha premiado a Íñigo Méndez de Vigo (Tetuán, 1956) con el encargo de ser también portavoz de su Gobierno.

Profesor de Derecho Constitucional en varias universidades españolas y experto en derecho comunitario (participó en el intento -frustrado- de redacción de una Constitución europea), Méndez de Vigo es hijo y nieto de militares, casado y padre de una hija, criador de caballos purasangre y ultracatólico. Es también barón de Claret y este último año y medio ha dado buenas muestras de sus habilidades negociadoras y talante predispuesto a escuchar a los demás. Otra cosa es que, finalmente, a la hora de tomar decisiones, haya hecho demasiado caso a sus interlocutores.

Méndez de Vigo aterrizó en el Consejo de Ministros en junio del 2015, en sustitución de José Ignacio Wert, y ha seguido este tiempo la senda trazada por su antecesor en la implantación de la reforma educativa del PP. Lo ha hecho, eso sí, con guante de seda y con modos bastante más dialogantes que el siempre polémico Wert, pese a tener la oposición de todo el arco parlamentario (salvo el PP) y el rechazo de 12 de las 17 comunidades autónomas, que son las que al final han de aplicar la LOMCE en sus respectivos territorios.

Quizás por eso, por las habilidades diplomáticas demostradas este tiempo y cultivadas antes, durante años, en Bruselas (hasta su nombramiento en Educación, Méndez de Vigo había desarrollado prácticamente toda su carrera profesional y política en distintos puestos de responsabilidad ante la UE), Mariano Rajoy ha pensado ahora que el titular de Educación podía ser también un buen portavoz de sus políticas de Gobierno.