Ni los votantes de izquierda, ni los de derecha, ni los de arriba y los de abajo, ni las élites económicas, ni los movimientos sociales, ni incluso algunos cuadros de PSOE y Unidas Podemos se han recuperado todavía del shock que ha supuesto, para qué negarlo, la facilidad con la que Pedro y Pablo, Sánchez e Iglesias, han logrado esta vez cuadrar el círculo de su acuerdo.

Para algunos motivo de sincero entusiasmo, para otros preocupación devorasueños y para todos rabia más o menos contenida por el costoso viaje hecho con las similares alforjas que se portaban en abril.

En Cataluña también ha habido sorpresa y ya hay quien alberga alguna esperanza de cambio. «El vicepresidente Iglesias no le colgará el teléfono al president, suponemos», apunta algún cargo independentista que, en su día, ya elucubraba con que Irene Montero, que pudo ser vicepresidenta si la negociación del 28-A no se hubiera ido al traste, estaba llamada a ser un posible puente Madrid-Barcelona.

Sin descartar que efectivamente Iglesias, cuando trabaje en la Moncloa, se preste a coger el teléfono por aquello de la cortesía, las relaciones personales y políticas a Quim Torra u otros representantes de la administración catalana, su capacidad de decisión sobre Cataluña será limitada. Forma parte del pacto.

Obviamente podrá intentar influir y su voz, como la del resto de profesionales que los morados incorporen al futuro Consejo de Ministros, habrá de ser escuchada por el presidente, que tendrá la última palabra en este y otros asuntos considerados de Estado.

Vías de diálogo moradas

En todo caso el entorno de Iglesias defiende que la llegada del color morado al Ejecutivo central ha de servir para facilitar nuevas vías de diálogo, para desinflamar, tarea nada sencilla en estos tiempos de duras y desobedientes respuestas a la sentencia desde un lado y férrea defensa de la ley y la seguridad por parte de los socialistas, a los mandos en solitario de las principales instituciones hasta que llegue el momento de la investidura.

Así las cosas la respuesta que el jefe de Podemos podría reservarle en las próximas semanas a Torra, en caso de que opte por marcar su número, podría resumirse en un «sí, sí, Torra, yo te escucho, claro, veré que puedo hacer pero…». El todavía proyecto de vicepresidente (proyecto, sí, porque la negociación de una legislatura para un PSOE con 120 diputados no termina en Iglesias y sus confluencias y ahora Ciudadanos y, sobre todo ERC, tendrán mucho que decidir por activa o por pasiva en esta jugada) puede tener un papel mediador relevante si mantiene las formas.

Y sabe respetar los límites que brotan de las palabras impresas negro sobre blanco en el acuerdo rubricado junto a Sánchez: «El Gobierno de España tendrá como prioridad garantizar la convivencia en Cataluña y la normalización de la vida política. Con ese fin, se fomentará el diálogo en Cataluña, buscando fórmulas de entendimiento y encuentro, siempre dentro de la Constitución. También se fortalecerá el Estado de las autonomías para asegurar la prestación adecuada de los derechos y servicios de su competencia [..]». Está por ver si en Palau de la Generalitat y alrededores, además de las llamadas telefónicas más o menos éxitosas, interesan de verdad vías de diálogo, del color que sean, y colaborar en desinflamar.