Tampoco olvidará esta fecha la últimamente sobreexplotada memoria española: 12 de julio de 2020. Jornada de cita con las urnas en Galicia y Euskadi marcada, por primera vez, por una grave crisis de salud pública. Sí, la del coronavirus, que no perdona ni por aquello de celebrar una fiesta de la democracia. En medio de la inquietud y del universo de mascarillas venció, mejorando resultado pese a la gran abstención que hubo en el País Vasco, el peneuvista Iñigo Urkullu. Pasó de 29 a 31 escaños.

Arrasó en este contexto, por cuarta vez con mayoría absoluta cuando eso es quimera pura para casi todos los de su gremio, Alberto Núñez Feijóo. Se quedó con 42 de los 75 sillones de su Parlamento. El dirigente popular se hace así indiscutible en su tierra; incontestable en su partido y valor al alza en la política española. Y logró todo esto el presidente de la Xunta tras haber gestionado, hasta donde llegaban sus competencias en un estado de alarma, la crisis del Covid.

Lo hizo con un discurso de moderación (ni Ciudadanos ni Vox logran entrar en la Cámara gallega) y marcando sin disimulos distancias con el PP que lidera Pablo Casado, el mismo PP que él pudo presidir hace unos años al marcharse Mariano Rajoy y no quiso... pese a que en sus filas hay quien sigue soñando con esa posibilidad. Evidentemente, el tremendo resultado de Feijóo dará alas a todos los que siguen suspirando con la idea de ver a su compañero, en el medio plazo, abandonar su despacho de Santiago de Compostela para acomodarse en el más noble de Génova, 13, en Madrid.

Sin fatura por covid

El caso es que ejercer el sufragio con protección, geles desinfectantes, distancias obligadas y polémica prohibición de voto para los infectados por Covid en Galicia no ha restado un ápice de apoyos a Feijóo. Al contrario. Tampoco le ha hecho mella esa misma situación en Euskadi a Urkullu, otro que apostó (claramente con acierto para sus intereses) por el adelanto electoral.

En lo que atañe al PNV, el objetivo era mejorar marcador para depender en la Cámara vasca únicamente de su alianza con los socialistas sin tener que pactar, como ocurrió en la anterior legislatura, siempre con algún tercero para alcanzar mayorías. Eso se acabó. Y, de paso, se estrechan lazos con el partido de Pedro Sánchez quien, a su vez, depende de los nacionalistas vascos (entre otros) para garantizarse peso legislativo en el Congreso.

Y hablando del PSOE, cabe destacar que no sale bien parado precisamente de las elecciones en Galicia... sus modestos 14 escaños evidencian que no han sabido rentabilizar el batacazo de los morados: las Mareas, socios de Pablo Iglesias, se desploman hasta el punto de quedarse sin representación parlamentaria. Pagan con creces en las urnas gallegas sus cuitas internas. Además, el BNG, bajo la batuta de su candidata Ana Pontón -con una estrategia electoral sin estridencias y tono cercano-, se hace con el liderazgo de la oposición, pasando de los seis a los 19 escaños, y posiblemente de la izquierda si los que estaban llamados a ser sus socios no espabilan.

Iglesias y Arrimadas

En Euskadi los socialistas tienen mejor cosecha (diez escaños, uno más) pero su candidata, Idoia Mendia, admitió su frustración. Esperaban más. Especialmente cuando a Podemos, también en suelo vasco, ha flaqueado y ha bajado de los once a los cinco escaños allá donde logró, no hace tanto tiempo, ser la fuerza más votadas en unas generales. Es obvio que Iglesias no rentabiliza (al menos de momento) su participación en la coalición gubernamental y, sin embargo, paga caro el no haber resuelto la descomposición interna en la que está sumida su organización. La subida de Bildu, hasta los 22 sillones, tampoco ha ayudado a los morados.

Fracaso también para al experimiento de populares y naranjas yendo en una sola candidatura vasca. El PP ha perdido (más) fuelle y a buen seguro Inés Arrimadas, oscilando ahora hacia el centro, habrá tomado nota... para rematar Vox ha entrado en el Parlamento.