Recuperar los últimos restos biológicos de 23 de los 62 militares españoles fallecidos en el Yak-42 hace ya más de 16 años es para algunos de sus familiares un mínimo consuelo para tanto dolor acumulado. A otros, recoger esas muestras de uñas, dientes y trozos de piel entregadas en 23 frascos el pasado 20 de diciembre por Turquía a la Audiencia Nacional les supone revivir una vez más la pesadilla. La mayoría de las familias afectadas no ha recogido los envases remitidos al Instituto de Toxicología de Madrid desde Estambul. Entre ellos circula por Whatsapp la iniciativa de que Defensa entierre esos frascos juntos, en un pequeño mausoleo para honrar la memoria de sus padres, hijos, hermanos y maridos.

El abogado de 40 de las 62 familias, Leopoldo Gay, se reunió este martes con la ministra de Defensa, Margarita Robles, para abordar en privado la situación de los seres queridos de una de las víctimas de la tragedia. El contenido de la conversación no ha trascendido.

Otras dos familias representadas por Gay han mostrado su intención de recuperar los minúsculos restos de sus seres queridos para inhumarlos en iglesias castrenses. Otras cuatro ya le han manifestado que prefieren no pasar este doloroso trago, antesala, esperan, del último capítulo de este drama.

El siniestro del Yak-42 se convirtió en el peor accidente de la historia de las Fuerzas Armadas españolas en época de paz y removió los cimientos del Ministerio de Defensa que en aquel momento lideraba Federico Trillo, al destapar una retahíla de irregularidades en la contratación de la aeronave a las que se sumaron todo tipo de embustes y desprecios institucionales, hasta el punto de mentir sobre la identidad de los cadáveres de los fallecidos para cerrar de forma apresurada el caso.

En la catástrofe perdideron también la vida doce tripulantes ucranianos de aquel destartalado avión que transportaba a los militares desde Afganistán y se estrelló cerca del aeropuerto de Trebisonda (Turquía).

CARTA DEL MINISTERIO

Los militares, la mayoría adscritos a la Base Aérea de Zaragoza, regresaban al aeródromo de Torrejón tras concluir una misión internacional de paz en Kabul (Afganistán).

El último capítulo de esta triste tragedia comenzó a escribirse poco antes de las pasadas Navidades, cuando el Ministerio de Defensa comunicó a los familiares de los fallecidos en el Yak-42 la repatriación de 23 restos biológicos y un fémur. A comienzos de enero, un segundo aviso de Defensa les dijo: "Como sea que es una decisión muy personal de cada familia el disponer de esas muestras o no, nos dirigimos por este medio a cada una de las familias cuyas muestras aún se conservaban en el laboratorio de Estambul por si alguna de ellas quisiera que se le entregaran".

La carta de Defensa a los familiares hacía una salvedad: "De antemano, entenderemos que cualquier decisión suya es absolutamente respetable".

Unos restos óseos hallados, un fémur, en un cementerio cercano al lugar del siniestro y las 23 muestras llegaron el 20 de diciembre. El fémur resultó ser de un animal. Del análisis de los restos del camposanto no se ha producido ninguna coincidencia con ninguna de las víctimas españolas, según el escrito de Defensa.

UNA HISTORIA MUY MACABRA

"Es todo muy macabro", lamenta aún con la voz entrecortada Pacho González Castilla, hermano de Ignacio, uno de los fallecidos aquel 25 de mayo de 2003. González Castilla, que durante años presidió la ya desaparecida Asociación de Familiares de Víctimas del Yak-42 y protagonizó un memorable encontronazo en el Congreso con el exministro Trillo, tiene claro que no va a ir a recoger las muestras biológicas de su hermano pequeño.

"¿Para qué?", se pregunta indignado mientras recuerda con qué tacto tuvo que comentarle a su madre de 90 años poco antes de las fiestas de Navidad este nuevo episodio de una interminable lista despropósitos que desbarató una vez más el frágil sosiego de la nonagenaria desde que perdió a su hijo. La decisión final, no obstante, será de los tres huérfanos de Ignacio.

González Castilla, junto con otros afectados por este siniestro, es partidario de dejar las muestras en el Instituto de Toxicología de Madrid a la espera de que prospere la iniciativa que impulsan algunos familiares para instar a Defensa a crear un pequeño memorial en la capital con todos estos frascos.

De las 23 muestras enviadas por las autoridades turcas a España, una, la del sargento Francisco Cardona Gil, ya ha sido entregada en el juzgado de instrucción número 2 de la Audiencia Nacional a su padre, Francisco, exhausto tras más de tres lustros de lucha por desvelar qué pasó aquel aciago día.

"No podemos más", se limita a comentar Cardona aferrado a lo poco que le queda de su hijo y dispuesto a tratar de pasar página tras años de sufrimiento. "Es lo que me han pedido mis otros dos hijos", zanja.