El candidato con más posibilidades para remplazar a Mariano Rajoy en la Presidencia del Partido Popular es un político astuto y paciente que ha sabido exprimir al máximo su condición de gallego. Porque, plantado desde hace meses en la escalera sucesoria, hasta hoy mismo nadie sabía si Alberto Núñez Feijóo (Os Peares, Pontevedra, 1961), subía o bajaba. Cuando le preguntaban por sus aspiraciones políticas, la misma contundencia con la que aseguraba tajante que su último peldaño estaba en Galicia, a ojos de todos trepaba un escalón más en la carrera hacia Madrid.

Feijóo ha desarrollado en veinte años una fructífera carrera política que inició sin territorio propio ni poder orgánico en el PP. Un partido, por cierto, en el que hasta hace apenas un lustro pocos dirigentes le auguraban futuro más allá de las fronteras gallegas. Pero el presidente de la Xunta ha aprovechado con tino dos virtudes: el manejo de las relaciones personales y la gestión de su propia figura política. Gracias a ellas ha podido imponerse en las apuestas sucesorias a Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal, que llevan años disfrutando de influencia orgánica y poder institucional en posiciones mucho más cómodas que la suya para aspirar a heredar a Rajoy.

Feijóo llegó a la política tras conocer al ex ministro de Sanidad José Manuel Romay Beccaría cuando éste era consejero de Agricultura del primer gobierno autonómico de Manuel Fraga. Trabajaba como abogado de los servicios jurídicos de la Consellería, y cuando Romay fue trasladado al frente de Sanidad, lo nombró secretario general. Cuando Aznar lo encumbró como ministro, Romay se lo llevó a Madrid para dirigir el área de Asistencia Sanitaria del departamento, primero, y para presidir después el Instituto Nacional de la Salud.

Quienes lo trataron en esa época dan de él testimonios opuestos. Sus partidarios lo definen como un magnífico gestor de la cosa pública, cuidadoso de los detalles y de las formas y, sobre todo, preocupado por las consecuencias sociales de cualquier decisión administrativa. Sus detractores, por contra, aseguran que era una persona demasiado ambiciosa, un funcionario que no creía en la gestión pública y que confíaba mucho más en la eficacia de la iniciativa privada.

Tal vez no exista contradicción entre ambas posiciones. Uno de los hitos de su currículo profesional es haber presidido Correos y Telégrafos en plena liberalización del mercado postal, que forzó al Estado a reformar las estructuras de su mayor empresa pública. En Galicia, las críticas a los gobiernos de Feijóo se centran precisamente en la depauperación de los servicios públicos y especialmente de la sanidad, sujeta a un sigiloso y progresivo desvío de medios y fondos hacia los hospitales privados. Las críticas llegan incluso al ámbito de su vida privada, por la decisión de su pareja de que el hijo de ambos naciera en una clínica privada.

La llegada de Feijóo a Galicia sucedió en un escenario tan abrupto como el que ha dibujado la caída de Rajoy. En medio de la crisis del Prestige y con el eterno aspirante a suceder a Fraga caído en desgracia por permitir a sus empresas hacer negocio con el material para la limpieza de playas. Romay se lo recomendó a Fraga y a Aznar para sustituirlo. Así que Feijóo dejó Correos y regresó a Galicia como vicepresidente de la Xunta. No tenía territorio y jamás había ocupado cargo interno alguno en el PP, ni siquiera e escala local. Pero sí la certeza de que estaba en el momento y en el lugar adecuados para suceder a Fraga. Como ahora le sucede con Rajoy.

Desde que fue nombrado presidente del PP gallego en el 2006, no ha parado de subir peldaños. Dirigió la transición del posfagrismo de forma modélica, con el partido en la oposición y evitando que las disputas internas se ensañaran con él por las previsibles disputas entre las vacas sagradas de la era Fraga. Ha ganado consecutivamente tres elecciones autonómicas fortaleciendo en cada una la mayoría absoluta popular, sorteó el escándalo de su reconocida amistad con el narcotraficante Marcial Dorado, y ha logrado que Galicia sea una de las pocas comunidades autónomas donde Ciudadanos es un aún un partido testimonial. Por si fuera poco, los expertos en mercadotecnia política subrayan que su relación sentimental con una alta ejecutiva de Inditex, la empresa que media España venera, también le otorga un plus en el cartel electoral.

Feijóo no oculta desde hoy su intención de llegar a lo alto de la escalera de su partido. Aunque si lo consigue tendrá que dejar de lado estrategia que ha empleado hasta ahora. Cuando le pregunten por sus aspiraciones ya no podrá hacerse el gallego, y tendrá que decir que sí, que quiere ser presidente de España.