La sobredosis de banderas en la manifestación de Societat Civil Catalana (SCC) estaba garantizada, pero según me dijo un afiliado socialista: «No es facha todo lo que ondea». Él iba con la arcoíris LGTB en la mano. Había cerca otras de la Policía Nacional y la Guardia Civil, y la combinación me hacía pensar en los Village People. Mientras hablábamos, una señora con perlas se hacía selfis con el socialista para mandarlas por Whatsapp. Le pregunté por qué no llevaba la rojigualda y me respondió que de eso ya se encargaban otros.

Se refería a los de los globos de Cs, a los estudiantes de Derecho y ADE con tupé, a los currantes sin polo de cocodrilo ni ortodoncia. La mezcla de gentes con asta era notable, y también los coros que agitaban a la multitud. Tan pronto cantaban «Puigdemont a prisión» como «seny», o vituperaban el nacionalismo agitando su enseña nacional. Por allí andaban hasta los de Recortes Cero, de izquierdas antiprocés.

La marcha reactiva de 80.000 catalanoespañoles recorrió el paseo de Gracia sin mayores incidencias. No estuvo la ultraderecha, o de tapadillo, y no hubo que lamentar actos vandálicos pese a los intentos de los CDR de diezmar la concentración cortando carreteras y vías férreas.

El profesor Gregorio Luri anunciaba en Twitter que no podía llegar a Barcelona, y el boicot fue una de las comidillas de la mani. Había gente chillando por teléfono a los amigos atrapados en distintos puntos del mapa cómo estaba la cosa, y entre los que habían llegado se comentaba que no es coherente clamar por la libertad de expresión y de manifestación en los balcones de la Generalitat y luego boicotear las marchas de tus oponentes. Una independentista había dicho la noche anterior que el derecho de manifestación de SCC es muy respetable, pero que ella tenía derecho a cortarles la carretera, como si la libre expresión incluyera la imposición de mordazas y zancadillas.

Llamaba la atención que el civismo de la multitud se hubiera vuelto un asunto explícito: se congratulaban cuando alguien echaba una botella de plástico a una papelera. La educación, el seny y los contenedores han adquirido connotaciones políticas tras los disturbios de las últimas semanas. Se han politizado hasta los extintores, que protagonizaban una pancarta donde se leía que «seran sempre nostres», en oposición a la piromanía de moda este otoño.

El ambiente, más que festivo, fue castizo y jacarandoso. Al helicóptero con la palabra Policía escrita en el vientre se le aplaudía cada vez que pasaba por encima. Policías y mossos estaban mucho más relajados que en manifestaciones anteriores. Recibían visitas como reclutas haciendo la mili. Pero debajo de la fiesta española siempre hay duelo, y a la sombra de las banderas reptaba el resentimiento. Los comentarios sobre los indepes y sus políticos eran de todo menos amables, y las opiniones se dividían entre una sentencia insuficiente y el «bien empleado les está».