Veintiún frailes concelebran la misa diaria de once que Francisco Franco encargó a la comunidad de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, la congregación de benedictinos a los que el dictador puso a custodiar el lugar, en el risco de Cuelgamuros, término de San Lorenzo de El Escorial. Tras las paredes de la basílica se agolpan 33.833 esqueletos de soldados muertos en la Guerra Civil, y de paisanos asesinados en la retaguardia, sacados sin permiso de cunetas y fosas comunes. A esos hay que sumar una osamenta más: la de Franco.

El Kyrie Eleison gregoriano vibra en el crucero, por el que desfilan en un fresco santos, reyes, mártires y unas banderas carlistas y de Falange. En las preces se ruega por "el eterno descanso de los caídos, para que su recuerdo fomente la paz entre los españoles". Ni una alusión más a la guerra o al régimen que puso a brigadas de prisioneros a tallar este enorme agujero en la montaña.

La alusión viene después. Al acabar la misa, más de cien personas acude a la trasera del altar y rodea la losa que cubre los restos de Franco. No pocos se cuadran, otros besan el granito, y otros lo tocan y se llevan la mano al pecho. Viéndolos, se podría apostar por que allí donde pongan la nueva sepultura del general estos franquistas montarán una peregrinación.

Son estrictamente franquistas, por cierto, pues si ante la tumba del dictador son un centenar largo, ante la de José Antonio Primo de Rivera, de similares dimensiones y frente al altar, apenas se paran algunos a mirar.

No todo son adeptos. Hay también turistas que reciben regañinas de los vigilantes de Patrimonio Nacional por hacer fotos con sus móviles. A la puerta de la basílica, los feligreses que salen de misa atascan una tienda de recuerdos que ha abierto Patrimonio Nacional. Entre chocolatinas, chapas, libros e imaginería religiosa, se forma una cola de clientes visa en mano que llega a la puerta. La dependienta, acostumbrada a un mostrador poco requerido en días laborables, suspira: "Sí se nota mucha más gente, y más después de la misa".

Más público

En julio pasado, Patrimonio Nacional contó que la afluencia de visitantes al Valle de los Caídos había crecido un 45 por ciento desde que el Gobierno manifiesta su intención de exhumar a Franco: 3.580 visitantes por fin de semana este año frente a 2.800 de media en 2017.

Pero esta semana, en el bar del complejo, junto al ruinoso funicular que ascendía a la cruz, las camareras no dan abasto con las mesas. Se han acabado los judiones de la Granja del menú y aún hay cola para coger mesa. Bayeta en mano resopla una de ellas: "Desde que el amigo Pedro nos hace propaganda, esto se llena". En su opinión, que corroboran sus compañeras, el público se ha triplicado desde que el ministro José Guirao anunciara el martes que el Consejo de Ministros decretará la exhumación de Franco.

No todo son adeptos. Hay también turistas que reciben regañinas de los vigilantes de Patrimonio Nacional por hacer fotos con sus móviles. A la puerta de la basílica, los feligreses que salen de misa atascan una tienda de recuerdos que ha abierto Patrimonio Nacional. Entre chocolatinas, chapas, libros e imaginería religiosa, se forma una cola de clientes visa en mano que llega a la puerta. La dependienta, acostumbrada a un mostrador poco requerido en días laborables, suspira: "Sí se nota mucha más gente, y más después de la misa".

Más público

En julio pasado, Patrimonio Nacional contó que la afluencia de visitantes al Valle de los Caídos había crecido un 45 por ciento desde que el Gobierno manifiesta su intención de exhumar a Franco: 3.580 visitantes por fin de semana este año frente a 2.800 de media en 2017.

Pero esta semana, en el bar del complejo, junto al ruinoso funicular que ascendía a la cruz, las camareras no dan abasto con las mesas. Se han acabado los judiones de la Granja del menú y aún hay cola para coger mesa. Bayeta en mano resopla una de ellas: "Desde que el amigo Pedro nos hace propaganda, esto se llena". En su opinión, que corroboran sus compañeras, el público se ha triplicado desde que el ministro José Guirao anunciara el martes que el Consejo de Ministros decretará la exhumación de Franco.

Dos turistas al final de la jornada de visitas en el Valle de los Caídos. / JOSÉ LUIS ROCA

Fuera del bar, junto a una roca que hace perspectiva con la gran cruz, Mina, italiana de Milán, le pide a un hijo que la inmortalice con el móvil. Le interesaba venir, dice, por "la curiosidad de que Franco esté aquí". Pero le llama más la atención "que a alguien que mató a gente le dejen enterrarse con aquellos a los que mató".

En la gran explanada de piedra que cuelga sobre Madrid se hace un selfie una pareja gay, Sergio y David, el primero de Bilbao y de izquierdas, y el segundo de Madrid y de Ciudadanos. El primero de 36 años; de 33 el segundo. Tras visitarlo, les parece que el monumento es "bastante majestuoso", dice el vasco, "pero da mal rollo -apunta el madrileño- porque sabes cómo lo construyeron". A los dos les parece "perfecto" que saquen a Franco de allí.

Es justo lo contrario que opinan dos jóvenes que se hacen fotos en la arquería de entrada desplegando una bandera de España con el escudo del RCD Espanyol. David G. y César Rivas doblan la enseña perica. Han venido de Sant Boi y el primero tiene "caídos de los dos bandos en la familia". De su orientación política del segundo no se puede dudar, pues luce en la camiseta un yugo con sus flechas. David prefiere la discreción: "Es que Catalunya se ha vuelto peligrosa". César sí comenta el decreto del Gobierno: "No debería tocarse a las personas que yacen aquí".

Orden a los frailes

"Nosotros hemos venido a ver a Franco", suelta sin disimulo una de las señoras de una comitiva llegada de la localidad segoviana de Carbonero el Mayor.

Son cuatro matrimonios que no ocultan su admiración por el dictador. No creen que lo vayan a sacar de su tumba. El Gobierno va a promulgar un decreto, pero… "nos ha dicho el cura que no lo moverán", afirma otra de las mujeres, sin especificar qué sacerdote lo asegura.

Un grupo de visitantes de Carbonero el Mayor (Segovia), en la explanada del Valle de los Caídos./ JOSÉ LUIS ROCA

No comentan lo mismo fuentes eclesiales madrileñas. El arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, ha ordenado a los monjes de la abadía del valle que no se opongan a las decisiones gubernamentales. "No sois vigilantes de cementerios", les dijo en una reunión la pasada primavera, cuando llamó a capítulo al abad, Santiago Cantera, que fue falangista antes que fraile.

En la hospedería que regentan los monjes, el fraile portero hace con la mano una señal horizontal en el aire, como si pintara una raya, cuando se le pregunta su posición sobre la exhumación de Franco: "De eso no hablo. Si quiere, hablamos del tiempo".

En el arzobispado de Madrid no desmienten la orden de no intervención del prelado Osoro. El traslado de los restos de Franco "le corresponde al Gobierno y a la familia. Seguimos los acontecimientos con interés y vamos a esperar a ver qué pasa, qué argumentos jurídicos maneja el Gobierno, al tiempo que rezamos por la reconciliación", dice un portavoz.

Hay no obstante una parte de la Iglesia que ve el decreto como un ataque. Sor Claudia destaca en una de las terrazas del monumento por el hábito negro y blanco de su congregación, Pro Ecclesia Sancta. Dice que la misa aquí "es espectacular. Les oigo cantar gregoriano y estoy en el cielo". Cuando se le comenta la exhumación de Franco opina con voz dulce: "Aquí hay mucho odio, odio a Franco y a la Iglesia. Que les dejen en paz ¿no?".

Una monja de Pro Ecclesia Sancta, en el Valle de los Caídos el pasado día 21. / JOSÉ LUIS ROCA

En la comitiva segoviana, una de las señoras cuenta que ella era joven y universitaria cuando murió Franco, y que pasó 12 horas de cola para verle. No tiene a nadie de su familia enterrado bajo la cruz, pero "si lo tuviera no lo sacaría", asegura. José, el único hombre del grupo, tambén se opone a que saquen a Franco: "Con Franco fui antifranquista, demócrata hasta que llegó la democracia, vi y comparé. Con Franco no se vivía mal. Había más seguridad".

"Mi padre ganó la guerra"

En la puerta de la basílica pasean cuatro amigas catalanas, de Reus, el Baix Camp y Lleida. A Rosa, que lleva la voz cantante y luce airosa melena de canas, le parece "precioso" el monumento. "No veo bien que muevan a Franco de aquí, porque esto es historia de España", asevera. Cuando asimilan que el diario para el que están hablando es EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, evitan dar los apellidos y se despiden educadamente rechazando hacerse fotos: "Uy no, fotos no, que nos verían allí, y para qué queremos más", dice la ilerdense.

César Rivas ha venido desde Sant Boi de Llobregat (Barcelona) para visitar el Valle de los Caídos. / JOSÉ LUIS ROCA

A Javier Gastón, jubilado navarro de Tierra Estella, no le importa dar su apellido. "Soy libre y hablo libremente", dice con la autoridad de un pasado como profesor de instituto. Su padre combatió en el bando franquista. Le indigna "que se pretenda juzgar a toda una época, con toda su población. Han echado sobre toda una época un humo negro, como si todos los que la hicieron fueran criminales. Mi padre, un labrador, ganó la guerra y era una buenísima persona. Ganó la guerra, dicen, ¿y qué ganó? ¡Nada! ¡Un balazo que le pegaron en San Sebastián, y un reuma para toda la vida!".

A Gastón le da igual que saquen a Franco "si la familia le parece bien y a la Iglesia también. Lo que no me parece bien es que un consejo de ministros se siente a quebrantar la ley. ¡Que dejen en paz a los muertos!".

Demasiado dolor

Un grupo de curas de Tortosa (Tarragona) charla en catalá por la explanada. El decreto no les entusiasma, pero Urbano, Juan, Andreu y Josep, capellanes de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos de Mosén Sol, dicen: "Nos da igual, nos es indiferente el tema", aunque tercia Josep: "Que dejen lo que está. Lo importante es el pesente. Franco no nos da de comer, como ningún partido nos da de comer".

Es parecido a lo que sostiene Felipe Alba, primo de Miguel Delibes y nieto de Santiago Alba Bonifaz, ministro de varios gobiernos de Alfonso XIII y presidente del Congreso de la II República entre 1933 y enero de 1936 por el Partido Radical. Alba cree que sacar a Franco es "puro electoralismo".

Ha venido de excursión desde Valladolid con su amigo Juan Carlos de la Torre, de 74 años, y las esposas de ambos. Nadie en el grupo es partidario de que saquen a Franco de ahí. "Que lo saquen es lo de menos -dice De la Torre, familiar de fusilados, asegura, de los dos bandos-. Lo de más es la monumentalidad de este lugar".

Con mucha de la gente que estos días pasea por Cuelgamuros discutirían Merche Bervis y Gaizka, su pareja, que han viajado desde el País Vasco porque a su hijo mayor "le encanta la historia". Y lección de historia es la excursión. A un tío abuelo de Merche, manchego de origen cuyo nombre no recuerda, lo fusilaron en algún lugar desconocido de la retaguardia. Si lo tuviera entre estos muros "lo sacaría -dice ella- por el mucho dolor, drama, mucha muerte sin justificar que representa este monumento".

Para Merche no es solución destruir el complejo "porque es historia de España", pero aclara: "No me parece justo que aquí esté enterrado un dictador. Es demasiado ostentoso tanto sitio para una persona que mató a tanta gente".