Arranca la legislatura. Hay tanto en juego y tan vitales parecen los desafíos que el hemiciclo de la Cortes bien pudiera pasar por un coliseo, donde fueran a comenzar los juegos romanos entre el ruido y la expectación de un público hambriento de espectáculo al límite. La constitución de las mesas del Congreso y el Senado va primero en el programa. No solo contará la fuerza sino las habilidades estratégicas y la suerte de los contendientes. La elección de los órganos que dirigirán el tráfico legislativo, en una legislatura marcada por la incerteza de una mayoría clara y la certeza de una mayoría suficiente de bloqueo, certificará el buen estado de la relación entre ambos pretendidos socios de gobierno y medirá la disposición de los demás a apoyar, dejar pasar o bloquear.

El silencio se ha vuelto oro entre el PSOE y Unidas Podemos. Al ruido y la furia de julio les ha sucedido esta calma que busca presagiar aún más tranquilidad. Ambos parecen decididos a dejar probado, más allá de cualquier duda razonable, que si esta vez no sale el ejecutivo progresista no será por su culpa. Si los posibles socios, gallegos, cántabros, turolenses, canarios o nacionalistas vascos, apoyan a las candidatas propuestas, confirmaremos que las negociaciones van por buen camino y los votos para la investidura están a tiro de piedra.

El guion razonable

ERC no va a apoyar pero va a dejar pasar, que es lo previsto en cualquier guion razonable para la investidura. Los socialistas quieren que la expiación sea rápida pero los republicanos necesitan tiempo para que Pedro Sanchez purgue ante los suyos tanto volantazo. En JxCat y en la CUP, en cambio, empiezan a tener problemas de argumento: para cortar el paso a Sánchez no les supone un problema votar con Vox, pero no entienden y les preocupa que otros lo hagan también por sus propias razones.

En la derecha también está asegurado un espectáculo intenso. Un Ciudadanos revuelto, que aún no ha entendido bien su derrumbe de noviembre, tendrá que decidir si pasa de las palabras a los hechos, si sus cantos de sirena hacia los socialistas se convierten en votos que certifiquen su compromiso con una hipotética mayoría alternativa; hacer otra cosa solo será pura propaganda.

Los populares ya han decidido dejar pasar a la derecha ultra. Pero eso únicamente refleja su creciente desconcierto ante el dilema que les va a perseguir toda la legislatura: no pueden dejar que Vox continúe creciendo pero necesitan a la derecha extrema para seguir gobernando donde lo hacen. Les urge anular a Vox para presentarse como la única alternativa a la coalición de la izquierda, pero no se atreven a correr el riesgo de perder a un socio necesario.

Su temor a Vox puede más que la evidencia de los precedentes desastrosos de otras derechas europeas que también abrieron esa puerta, o la evidencia de que Santiago Abascal y los suyos no pueden permitirse dejar caer a un gobierno del PP en ninguna plaza relevante. La perfidia se paga cara en la derecha española.