Ciudadanos (Cs) consumó ayer un divorcio anunciado con Manuel Valls. Los naranjas se anticiparon y dieron por finiquitada una relación que se ha ido agrietando desde que sellaron el acuerdo de coalición Barcelona pel Canvi-Cs. La suma de desencuentros culminó con la facilitación de la investidura de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona pese a la negativa de Albert Rivera. Celestino Corbacho y Eva Parera siguieron las directrices del exprimer ministro de Francia y votaron a favor, mientras Mariluz Guilarte, Paco Sierra y Marilén Barceló obedecieron a Cs y depositaron un papel en blanco.

«Hemos decidido separarnos para tener voz propia», anunció en Madrid la portavoz parlamentaria, Inés Arrimadas, en una rueda de prensa después de la ejecutiva en la que explicó que los de Cs se constituirán como dos grupos municipales independientes. Aliñó la justificación indicando que la alcaldesa ha vuelto a colgar el lazo amarillo: «Colau ha hecho lo mismo que el señor [Ernest] Maragall: poner el lazo amarillo en el ayuntamiento como si fuese el tablón de anuncios del separatismo. Teníamos razón: la diferencia entre Colau y Maragall es muy poca», insistió. Los naranjas no digieren que su fichaje estrella para la capital catalana haya aupado a Colau después de una campaña forjada contra ella por su gestión. Unos planes que, por cierto, podrá cimentar a partir de ahora gracias a los tres votos del hispano-francés y el apoyo del PSC.

DESAVENENCIAS / Valls y Rivera hacía meses que no se hablaban. Cuando había algo que consensuar tiraban de intermediario. Incluso para comunicar la ruptura, ya que fue el portavoz José Manuel Villegas el que trasladó al exprimer ministro la firma de su separación. Su relación se fue desgastando desde antes de dar el pistoletazo a la ronda de campañas electorales y se desgarró cuando el líder de Cs le apretó para que acudiera a la plaza de Colón. Valls asistió a la manifestación de la triple derecha, pero no se postró a la fotografía con Vox. Un gesto de distanciamiento que hizo crecer la tensión con declaraciones contra el acercamiento de Cs a la extrema derecha. Rivera no participó en su campaña, Valls tampoco lo reclamó y se conformó con el abrazo de Arrimadas en contadas ocasiones.

Fuentes de los liberales indican que las diferencias que había habido hasta ahora se podían capear, pero que el respaldo a Colau no tiene vuelta atrás. «La discrepancia no la hemos negado nunca, y esta es una discrepancia muy importante en un tema muy importante», esgrimió en público Arrimadas.

Valls lucía su tarjeta de independiente. Tomaba las decisiones, las comunicaba a su reducido grupo y las ejecutaba. Poco tenía que hablar con sus socios naranjas. Si recibía el asentimiento de concejales no había que sobreponer los avisos de la dirección. Se plantó la noche electoral admitiendo unos resultados que no cumplían con sus expectativas (solo sumó un edil al anterior registro) y avisó que rompería con ellos si se aliaban con Vox en algún rincón de España.

Días después, certificó sin previo aviso que sus seis ediles votarían al unísono, es decir, que los tres de Cs seguirían su disciplina y no los alegatos de la cúpula, algo que no sucedió. En un breve comunicado, Valls manifestó que comparecería cuando encuentre el «momento oportuno» ya que «está evaluando la situación política creada tras el anuncio». Eso sí, sacó pecho de su decisión con el agradecimiento a sus votantes definiéndolo como «un respaldo decisivo para frustrar el acceso del independentismo a la alcaldía». Ahora ya puede liderar a su grupo sin tener que rendir cuentas.