En Ciudadanos los problemas no asustan, sus representantes se desenvuelven bien entre malos entendidos, situaciones broncas, políticas de bloques y confrontaciones identitarias. La situación enquistada en Cataluña a cuenta del procés, ha sido un regalo para el partido naranja que en los últimos años, se ha erigido como el único capaz de plantar cara a casi todos los males de los catalanes, sean o no dolencias reales. Ciudadanos ha sido la nota discordante, la voz incómoda de un Parlament pantanoso y encharcado, el problema es que sus diputados y diputadas han acabado convirtiendo la ciénaga en su hábitat natural hasta tal extremo, que fuera de ella parecen sentirse incómodos y una cosa es nadar a contracorriente y otra muy diferente chapotear en agua estancada. Mientras la primera puede hacerte avanzar a pesar de las dificultades, la segunda es insalubre y no lleva a ningún sitio.

En Cataluña, hace tiempo que existen ciertas dudas provenientes del mismo ámbito político, empresarial y periodístico sobre la eficacia de la estrategia del principal partido de la oposición.

Ahora, esas dudas son extrapolables a su estrategia nacional añadiendo con un factor en absoluto menor, mientras la soledad de Ciudadanos en el parlamento catalán es más que evidente: el resto de formaciones políticas apartan sistemáticamente cualquier atisbo de relación con los naranjas, en Madrid o en Andalucía, no solo les buscan, sino que les intentan seducir, algo que parece incomodar al líder del partido, Albert Rivera.

Solo así serían entendibles sus preferencias a la hora de establecer pactos, sus acuerdos a tres bandas- Vox no solo está sino que se hace notar- y su negativa rotunda a apoyar la investidura de Sánchez. ¿Para qué jugar «con» pudiendo jugar «contra»?

El funcionamiento interno de Ciudadanos se asemeja más al de una empresa que al de un partido político, proyecta una imagen de gran fábrica con una ordenada cadena de producción cuyos trabajadores, tienen asumido su papel y lo cumplen a la perfección, nada falla, nadie sobresale más de lo necesario ni por supuesto discute las decisiones del jefe, solo hay uno, él decide y el resto ejecuta. Quizás por eso la formación naranja gusta tanto a las empresas, porque es una de ellas, de las más importantes. Una empresa de política.

Manuel Valls ha durado poco en la empresa, alguien debería haberle advertido que su fichaje respondía a una necesidad de mano de obra cualificada, nada más. Valls ha pensado y actuado por su cuenta y lo ha hecho además, aplicando unos criterios que nada tienen que ver con los de Ciudadanos, ha buscado una solución en lugar de cebar un problema, ese ha sido su gran error.

El exprimer ministro francés ha sido contundente tras su despido, no entiende, afirma, la deriva de Ciudadanos. Como tampoco la entienden determinados empresarios, ni alguno de los fundadores de la formación, ni sus socios europeos, ni importante prensa internacional… Mientras en el partido se afanan en dar la razón al jefe , aunque no la tenga.