Cuando Pablo Casado anunció por sorpresa que disputaría la presidencia del PP causó el pestañeo acelerado de algunos de sus compañeros en el Congreso que, con el caso máster abierto, solo eran capaces de interpretar su decisión como una «peligrosa huida hacia adelante». El dirigente conservador puso en marcha entonces una controvertida y fulgurante estrategia negacionista que parecía funcionar hasta que chocó de frente ayer con el auto de la magistrada que instruye el caso. La juez aprecia indicios de delito, considera que el máster fue un regalo o una prebenda y eleva la causa al Tribunal Supremo (TS). Casado niega la mayor y alega que no dimitirá por algo que ocurrió hace una década. El vendaval, sin embargo, podría llevarse por delante los recién conquistados laureles de presidente del PP y de líder de la oposición, máxime con un Albert Rivera empatado en las encuestas y que sonríe en Instagram desde sus puestas de sol en Menorca. No se sabe si más por el disfrute del espectáculo natural o del político.

En el plano judicial, el mazazo a Pablo Casado es sustantivo. La jueza que ha instruido la causa, Carmen Rodríguez-Medel, considera que ha quedado «indiciariamente acreditado» que el máster se usaba como «regalo o prebenda» para favorecer a perfiles relevantes de la esfera política e institucional o bien a figuras que mantenían estrechas relaciones con el catedrático Enrique Álvarez Conde. La jueza ve en el caso indicios de «responsabilidad penal» y de «criminalidad». Sospecha que cometió un delito de prevaricación administrativa como cooperador necesario y otro delito de cohecho impropio.

Sin embargo, como Casado es diputado, y por lo tanto aforado, la magistrada no puede continuar indagando, de modo que eleva la causa al Supremo. En su auto, que firmó mientras Casado ultimaba sus maletas para viajar a la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia, Rodríguez-Medel considera imprescindible para el esclarecimiento de los hechos que el Alto Tribunal lo cite y le requiera toda la documentación al respecto, incluido el ordenador portátil en el que dijo tener guardados los trabajos. Con el auto compitiendo con la ola de calor para incendiar los titulares, Casado retrasó su vuelo. Compareció en una conferencia de prensa en la sede del PP en Madrid, la misma en la que Mariano Rajoy anunció su retirada hace dos meses, barrido por la sentencia del caso Gürtel que certificaba la corrupción sistémica de su partido.

MENSAJE DE CALMA / El dirigente salió a calmar a sus propias filas, recién conquistadas, probablemente consciente de que parte de ellas le reprocharon su negacionismo con un caso que podía irle complicando la vida desde los tribunales y que hubiesen deseado mayor prudencia en la gestión de una crisis que es como una granada sin espoleta. «Transmito a todos los miembros del PP absoluta tranquilidad, lo hice todo correctamente», aseguró.

Casado se dolió como mártir, negó que fuese un regalo y descartó dimitir porque considera que su caso no está entre las causas establecidas en las normas del PP para dar un paso atrás. «En ningún caso se puede tratar de regalo algo que no se tiene. Yo no tengo ningún título para colgar a ninguna pared», rechazó. Insistió en que no está imputado y se ofreció a colaborar con máxima transparencia ante la justicia, pero no aportó ningún dato o documento que pueda desmentir lo apuntado en el auto. El escrito de la magistrada está ya en la sala segunda del Supremo, que deberá evaluar si aprecia indicios suficientes para abrir causa contra él y citarle como investigado.

De ser así, la vuelta al cole se complicará para Casado y para el PP. Con el runrún de las elecciones andaluzas en otoño, y las municipales y autonómicas fijadas para mayo del 2019, la polémica deja al partido, que soñaba con pasar página, en una situación especialmente vulnerable. Los dardos cuando el Congreso vuelva en septiembre prometen ser envenenados contra un dirigente que ha construido su perfil como referente del orden moral, católico, y ejemplarizante.

El varapalo de la juez pone en entredicho el optimismo de los que creían, hasta ayer, tener a tiro de piedra recuperar el voto menos moderado fugado a Ciudadanos. La entronización que le regaló Pedro Sánchez al recibirlo como líder de la oposición en la Moncloa parecía dejar fuera de juego a un (todavía más) descolocado Rivera. Ahora, el presidente de Cs tiene la pista algo más allanada para ese complicado equilibrio que busca, a medio camino entre defender la regeneración y la mano dura, mientras arrecia el vendaval que puede dejar sin laureles a Casado.