Cuando Podemos llegó al Congreso, Íñigo Errejón Galván (Madrid, 1983) era una de las mentes pensantes y la cara amable a la que se veía con la capacidad de diálogo y la mano izquierda necesarias dada la fragmentación del Parlamento. Con fama de cerebrito y acostumbrado a las bromas por su apariencia aniñada, a Errejón le elogian su pragmatismo y dotes de estratega.

Sus rivales le reconocen siempre su talante conciliador y buenas maneras. A él se atribuye el diseño de ese camino que emprendió Podemos tras las europeas del 2014 alejándose de sus mensajes más radicales y cambiando el tradicional eje izquierda-derecha por el de arriba-abajo. Espíritu que nunca perdió desde que puso a funcionar los engranajes de Podemos, donde ejerció de número dos hasta que en el 2017 decidió confrontar sus ideas con las de Iglesias y perdió. La confianza entre ambos empezó a quebrarse en el 2016 cuando el líder decidió vetar la investidura de Sánchez.

Después de aquel congreso, Errejón fue sustituido por Irene Montero como portavoz parlamentaria y se vio relegado a una segunda fila política y mediática. Ya entonces Iglesias le lanzó ásperos reproches: que no iba de frente, que no era valiente y que buscaba fantasmas para no confrontar directamente sus diferencias, porque no se atrevió a disputarle la secretaría general.

Iglesias volvió a sentirse decepcionado cuando se difundió el pasado año un documento de Carolina Bescansa que proponía a Errejón una operación para desbancarle. Él se desligó totalmente de aquel borrador, pero la desconfianza siguió presente. Y estos días ha vuelto a escuchar cómo Iglesias le ha acusado de montar otro partido de forma unilateral y personal con Manuela Carmena y de espaldas a la dirección y a las bases.

Tampoco se ha librado de algunas de las polémicas que han salpicado a Podemos, como el expediente informativo que le abrió la Universidad de Málaga -hoy ya archivado- en diciembre del 2015 para aclarar si había vulnerado sus incompatibilidades.