Luis Bárcenas ya sabe lo que es declarar ante un tribunal. Ya sabe lo que se juega. En su caso, nada más y nada menos que 42 años y medio de cárcel por la primera época de la trama Gürtel (1999-2005) y otros cinco años más por la contabilidad B del PP que consignó a mano durante años, para dejar constancia de lo que se ingresaba y de quién y cuánto cobraba. Por eso tiene claro una cosa: no contestará a nada que pueda incriminarle en la comisión de investigación sobre la financiación irregular del partido que tiene el honor de inaugurar hoy en el Congreso.

Su defensa le ha aconsejado que no hable, pero las fuentes consultadas no descartan que pueda acabar haciéndolo si se siente insultado o, simplemente, por hartazgo ante preguntas reiteradas. Algo así le pasó en la comisión del fraude del Parlamento catalán, en la que dejó la frase de que «el PP recibía donaciones a cambio de cariño», una fórmula que luego han utilizado otros responsables de las finanzas de los populares, como el exgerente madrileño del partido Beltrán Gutiérrez.

Aunque Bárcenas hable ante los partidos que han propuesto su comparecencia, difícilmente irá más allá de la «contabilidad extracontable» que esgrimió el pasado enero en el juicio de la Gürtel, ni dirá más de las donaciones de empresarios al partido de lo que dijo en la vista oral: que su superior, el anterior tesorero, Álvaro Lapuerta, al que ya no se puede juzgar por demencia sobrevenida, era tan «honesto» que incluso advertía a los que querían ayudar al PP, diciéndoles que su contribución «no tendría carácter finalista». Acabó admitiendo a regañadientes que sí servía para abrir puertas: para que alguien donde correspondiera se tomase un café contigo.

Y Bárcenas, pese a estar sentado en el banquillo de los acusados, con el reconocimiento de esta práctica, que pretendía hacer pasar por inocua, fue mucho más lejos de lo que esta semana estuvieron dispuestos a admitir ante el tribunal de la Gürtel los exsecretarios generales y otros exaltos cargos del partido para los que la caja B del PP ni siquiera existió. El exministro de Justicia y de Interior Ángel Acebes fue el más categórico al afirmar que ni él «ni nadie en el PP» sabe de la «existencia» de una contabilidad B.

A POR EL QUE NO SE JUZGA / Todos habían sido propuestos como testigos por el extesorero y ninguno le defraudó. Apuntaron a Lapuerta, porque la labor de Bárcenas, entonces como gerente, era más bien «técnica» y en cualquier caso supeditada a lo que ordenara el tesorero. Por si aún hubiese alguna duda, todos negaron que en alguna ocasión cualquiera de los dos les hubieran pedido reunirse con un empresario en relación a una adjudicación de algún contrato de obras y servicios.

Los testigos, que a diferencia de los imputados están obligados a decir verdad, negaron que el partido tuviera cuentas en Suiza y que se utilizase una caja B. Tampoco reconoció ninguno haber cobrado las cantidades que Bárcenas les atribuyó en sus notas, cifras que no supieron justificar.

En el juicio de la Gürtel, todavía falta el testimonio estrella, el del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, previsto para el 26 de julio, pero parece imposible que se salga del guion marcado esta semana. Eso hace prever que en la investigación parlamentaria, que el PSOE quería inaugurar con el propio Rajoy, poco se oirá que aporte algo de luz a la financiación irregular del PP.

Y lo que se escuche distará mucho de la confesión que Bárcenas hizo en el 2013 al entonces juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz, cuando le explicó qué significaban los «papeles» a los que dio nombre e identificó entre los cobradores de sobresueldos al presidente del PP. Pero ha llovido tanto que hasta Bárcenas renunció en septiembre a acusar al partido por la destrucción de los discos duros de los ordenadores que dejó en Génova. Hasta el principal imputado, Francisco Correa, rehusó corroborar ante el juez José de la Mata, que reabrió la causa de la caja B, las comisiones que unos meses antes había denunciado en el juicio de la Gürtel.