Cuatro años solía ser el tiempo que abarcaba una legislatura, pero en los últimos cuatro años ya ha habido tres. Y la última está a punto de no cumplir ni los seis meses de vida. Desde que en el 2015 el rojo y el azul del hemiciclo del Congreso abrieron hueco a naranjas y morados, alcanzar pactos se está convirtiendo en misión imposible.

Pese al imperio del bipartidismo, las mayorías absolutas no han sido la norma en democracia, y los partidos han necesitado de pactos. Pero la singularidad española es que esos acuerdos nunca habían llegado hasta el Gobierno. «Lo que hay es una inercia, no se han necesitado pactos y los que se han hecho han sido de forma vergonzante y muy criticada», indica el politólogo Oriol Bartomeus.

«Los partidos de ámbito no estatal han sido comodín para PSOE y PP, pero ninguno quería dar el salto a formar parte del Gobierno, era más fácil jugar a esa cierta esquizofrenia de colaboración y oposición a la vez», señala el catedrático de Ciencia Política, Juan Montabes. Porque a los nacionalistas les ha bastado siempre con arrancar un pellizco para la comunidad autónoma, pero cuando se da con vocación estatal, colaborar se hace más difícil.

La profesora de Ciencia Política Ana Sofía Cardenal apunta otra clave: el sistema está pensado para generar estabilidad y «es muy difícil deshacer gobiernos», así que es lógico que sea difícil construirlos. Pero lo que parece imposible para la Moncloa ya se da en 13 de los 17 gobiernos autonómicos, donde se han cerrado pactos de coalición. Para Bartomeus, el motivo es «el poder, porque 40 años después del Estado autonómico» se sigue «entendiendo que el Gobierno central es el poder»..

Pero la razón más obvia está en la «necesidad», como señala Montabes. «Como ocurre en Alemania con los landers, las comunidades son centros de experimentación, hay menos reticencias a pactar».

Dificultades en la izquierda

Los expertos consultados coinciden en que la izquierda tiene más dificultades para pactar, aunque por motivos diversos. El primer escollo es la competición electoral y «la pretensión del PSOE de recuperar al electorado de Unidas Podemos, que cree que le pertenece», señala Montabes.

Pero también hay competición en la derecha, y esta no impide pactos. «Es más difícil ponerse de acuerdo para transformar o cambiar cosas, que es la razón de ser de la izquierda, que para mantenerlas o conservarlas, más propio de la derecha», indica Cardenal. A los votantes de izquierda no solo les importa alcanzar el poder, también son escrupulosos con los medios para alcanzarlo, y esto aumenta las dimensiones de discrepancia», añade.

Escepticismo o miedo

Bartomeu apunta al «sustrato histórico», a enfrentamientos repetidos desde los años 30 que no se dan en la derecha, «que cuando está en disposición de alcanzar el poder no tiene problemas en pactar para alcanzarlo». Y esta idea que arrastra la historia se va reforzando a cada intento infructuoso de acuerdo, lo que genera que cualquier atisbo de pacto genere escepticismo o «se mire con miedo». Porque los partidos de izquierda son más descentralizados, hay más «caos», y se impone la idea de que el Gobierno que resulte será inestable.

Otro motivo lo encuentra Bartomeu en Unidas Podemos, que nació hace cinco años como contraposición al sistema, por lo que «el paso para convertirse en partido de Gobierno es más complicado». Y ello afecta también a su posible socio, que lo mira con cierta «displicencia». «La gran preocupación del PSOE es dejar vacío el centro, y dar a Podemos fuerza de partido de Gobierno, algo que hasta ahora era una ventaja exclusiva del PSOE en la competición de la izquierda», zanja Cardenal.