En 1953, en un discurso en la Universidad de Hamburgo, el escritor Thomas Mann advirtió de la necesidad de impulsar una «Alemania europea», no una «Europa alemana». Cuatro décadas después, en 1993, la fundación de la Unión Europea (UE) dio alas a ese sueño integrador que tras la crisis financiera se ha desdibujado. Berlín se ha convertido en la potencia indispensable del club comunitario, una locomotora económica cuyas directrices marcan el rumbo del continente. Eso también se reflejará en las elecciones europeas del 26 de mayo. Alemania es la nación que más eurodiputados aporta al Parlamento comunitario, 96. Eso hace que estos comicios tengan una importancia especial para un país que, con 60,9 millones de votantes, pretende reafirmar su influencia en Bruselas.

A partir del día 26 eso será un poco más difícil. Y es que, como ocurre en el panorama nacional alemán, la política europea se encamina a una situación más fragmentada, donde los partidos que tradicionalmente han amasado el poder se hunden dejando espacio a una extrema derecha nacionalista y euroescéptica con cada vez más voz.

El partido de Angela Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), se ha recuperado del revés recibido desde el 2015 por su política migratoria, pero sigue arrastrando la herida.Por primera vez, el partido comparte programa con sus socios bávaros (CSU), hasta hace poco amigos del autócrata húngaro Viktor Orbán. Entre esos socios está Manfred Weber, candidato a la presidencia de la CE como líder del PPE. Aunque pretenden plantar cara a los populistas de derecha, su programa pide reforzar las fronteras exteriores de la UE y frenar la inmigración no regulada.

Solo hace dos años, pero parece lejos cuando Martin Schulz era presidente del Parlamento Europeo. Incapaces de revertir la desafección hacia sus siglas, los socialdemócratas (SPD) apuntan a otra debacle: pasarían del 27,3% del 2014 a un 16%. La actual ministra de Justicia, Katarina Barley, se convertirá en la primera política que renuncia a su posición en el Gobierno para ir a Bruselas. Su agenda incluye fiscalizar a las grandes empresas, expandir la UE hacia los Balcanes y reforzar las fronteras exteriores.

Ningún partido parece sacar tanto de la crisis bipartidista como los verdes. A diferencia del resto de la UE, en Alemania los ecologistas apuntan a un 19% de los votos que les situarían como segunda fuerza. En el 2014 sacaron un 10,7%. Con un perfil más centrista que en otros países, piden un aumento de los impuestos a grandes fortunas, una política climática más ambiciosa y se opone a la militarización de las fronteras. Su líder y también cabeza de lista de su grupo, Ska Keller, es partidaria de que las instituciones europeas medien en el conflicto catalán.

El partido cuyo ascenso genera un mayor ruido mediático es sin duda Alternativa para Alemania (AfD). Justo acabada de formar, en el 2014, la extrema derecha consiguió un 7,1% de los votos que ahora apuntan a un 12%, según los sondeos. Consolidado como partido de la oposición, la formación ultraderechista aspira a captar el voto de protesta pidiendo una salida de la UE si no se reforma, eliminar las instituciones comunitarias para devolver las competencias «exclusivamente en los estados nacionales» y criminalizando el salvamento de personas en el Mediterráneo. Su candidato, Jörg Meuthen, ha dejado claro que AfD formará parte de la internacional populista encabezada por el vicepresidente de Italia Matteo Salvini que quiere torpedear la UE desde dentro.