Hace menos de cuatro años, en el 2015, Podemos se citaba con las urnas para tomar el cielo por asalto. En el 2016, la formación morada aguardaba al escrutinio con la perspectiva de que haber sumado a IU a sus listas le aseguraba el ansiado sorpasso. Nada de eso ocurrió. Ahora han aprendido a ser cautos. Las expectativas esta vez estaban más bajas. Bastaba con que saliera la suma que obligara al PSOE a abrirle las puertas del Gobierno. Y la sonrisa con la que el líder de Podemos salió a valorar sus 42 diputados, pese a dejar 25 en el camino, era la de un líder agarrado a su salvavidas: la paradoja es que Pablo Iglesias, con su peor resultado, tiene más posibilidades que nunca de convertirse en ministro.

«Las elecciones no van tanto de ganar como de sumar». El titular que quiso dejar Iglesias en su primera valoración tras el escrutinio son el síntoma de un Podemos que hace nada aspiraba a arrebatarle al PSOE su hegemonía y ahora se conforma con ser la fuerza en la que se apoyen los socialistas. Y de un líder que veía su puesto amenazado si no evitaba el hundimiento y al que ya daban por muerto algunos de sus compañeros de partido. El Gobierno de coalición que ofreció al PSOE es un doble salvavidas.

Iglesias llegó tarde al teatro Goya, donde Unidas Podemos se congregó para seguir la noche electoral. La prudencia que sobrevolaba el gesto de los dirigentes morados estaba mezclada con emoción contenida por una campaña que había servido para dar la vuelta a los peores augurios, los que apuntaban a una debacle que traerían consecuencias. Nadie en Podemos quería invocar la «remontada», un término que acuñó Íñigo Errejón cuando los morados irrumpieron por primera vez en el Congreso como tercera fuerza. Pero cuando las expectativas están bajas, convertirse en cuarta fuerza se recibe con optimismo. Iglesias invocó la lucha fratricida, que es quizá la principal causa de haber pasado del sorpasso a la suma. Para Pablo Iglesias, el mayor error estuvo en «dar una imagen» de la «situación interna» que «no ha estado a la altura».

La primera ovación de la noche llegó con el 30% escrutado, tras superar la barrera de los 40 diputados. Los aplausos de la euforia se colaron en la sala donde aguardaba la prensa, porque la suma con el PSOE convertía la coalición de Gobierno en algo más que un espejismo. Pero la campanada la dieron los taxistas, que se acercaron a los alrededores del teatro a protagonizar una pitada masiva. Unidas Podemos se ha dejado 1,5 millones de votos por el camino, pero la posibilidad de pactar con el PSOE le ha servido de salvavidas.