España se enfrenta en las próximas semanas a un embate electoral crucial para su destino, pues en él se juega el ser, o no, de su identidad como pueblo, y de la igualdad de sus ciudadanos.

España, eso que en una perversión consciente del lenguaje muchos llaman el «Estado» y otros «país». Porque, ¿Qué es España? ¿Qué es ser español? ¿Quién es español?

Llevo más de una década dando clase en la Universidad a jóvenes de veinte años, en Madrid, el corazón de España, y puedo, sin mucha dificultad, responder a esas preguntas desde la perspectiva general de la mayoría de los miles de jóvenes que han pasado por mis aulas. Para nuestra juventud, ¿Qué es España? Un territorio, el territorio peninsular y los dos archipiélagos. ¿Quién es español? El que nace en España, en el territorio señalado más arriba, solo eso. Pero ¿Qué es ser español? Nada, normalmente el silencio solo roto por reiteraciones sobre que, español, es el que «ha nacido aquí».

No hay nada que nos una, no hay identidad común, un territorio geográfico articulado por una débil administración común. ¿Acaso no es eso el «Estado»? A eso ha quedado reducida España tras décadas de des-nacionalización. Eso ha provocado que el vacío de esa identidad nacional, allí donde existía un hecho diferencial constatable, haya sido sustituida por la aparición de nuevas identidades, basadas en conceptos etno-ligüisticos, etnicismos del siglo XXI cuyos perversos efectos ahora solo se están empezando a percibir. Por otro lado, entre las gentes de lengua castellana, los que solo tienen el español como lengua materna, se ha extendido un suicida neo-cantonalismo que no sirve para otra cosa más que para destruir cualquier concepto de identidad común.

Eso significa la plurinacionalidad que muchos, alegremente, nos prometen. Plurinacionalidad significa desigualdad entre los españoles. ¿Cómo hemos podido llegar a este punto? Pues porque la perversión de los nombres ha provocado que los «españoles» no existan, en todo caso existen los ciudadanos del Estado, propongo que se nos llame «estatalinos».

En los días de rabia de octubre de 2017 vimos como el presidente del Gobierno retorcía el lenguaje y decía «No ha habido referéndum» y el líder de la oposición, jamás pronunciaba la palabra España. Por eso, la «reforma de los nombres» es la primera condición que debemos exigir a los a que aspiran a gobernarnos: ¡Llámalo España! Y garantízanos que trabajarás por una nación de gentes libres e iguales en derechos y obligaciones, y no olvides que sin igualdad no hay verdadera libertad, y en España libertad se escribe con «ñ».

* Profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. Miembro de la International Confucian Association