Hay 36,8 millones de españoles con derecho al voto. Y el resultado de las elecciones que se celebran hoy dependerá en buena medida de cuántos de ellos acudan a votar. Se da por hecho que una gran participación favorecerá a las izquierdas y un incremento de la abstención, a las derechas; pero los sociólogos ya no están seguros de nada. Solo saben que los habituales paradigmas electorales han cambiado y que las encuestas no sirven, porque variaciones de entre un 2% o un 3% (que suele ser un margen de error habitual) provocarían vuelcos impredecibles pero decisivos.

La incertidumbre es mayor que nunca justo cuando lo que toca decidir es más importante. Ahora son las generales y las autonómicas valencianas. El 25-M, las europeas, autonómicas en la mayoría de las comunidades y municipales. La suma de todo ello determinará el desenlace de una segunda transición que lleva varios años en marcha. La democracia social está en juego. El futuro quedará determinado por la forma en que las fuerzas políticas que logren una posición dominante reinterpreten el espíritu de la Constitución. Porque en esta campaña se ha hablado mucho de la llamada Carta Magna y de las intenciones quienes la negociaron y elaboraron. Pero todos los partidos en liza, PP, PSOE, Unidas Podemos y Cs proponen reformas en mayor o menor profundidad. Vox y los independentistas, también. La extrema derecha quiere llevarse por delante todo el Título Octavo, entre otras cosas. Ni siquiera el PNV o la propia Esquerra Republicana se proponen llegar tan lejos.

El imperio de los robots

Es preciso tomarse muy en serio el voto. Aunque los partidos, al menos la mayor parte de ellos, no hayan sido capaces de exponer con claridad sus programas. Aunque los primeros candidatos hayan protagonizado debates de formas y contenido manifiestamente mejorables. Aunque, y ello es sin duda lo más novedoso e imapactante, la democracia deliberativa que teóricamente da contenido a las campañas haya sido sustituida esta vez por un enorme ruido subterráneo que, a través de las redes y Whatsapp, ha producido un verdadero tsunami de bulos, noticias manipuladas y juicios de valor destructivos.

La antipolítica se ha encarnado en fábricas de opinión manejadas por robots informáticos al servicio de un algoritmo paleoconservador. Se ha notado la mano de Bannon, el profeta del trumpismo, el elegido para destruir la Unión Europea, el gran manipulador.

Entre nueve y diez millones de mensajes se han precipitado sobre otros tantos ciudadanos españoles desde las redes; pero muchos más se han expandido en un contagio imparable a través del sistema SMS y los grupos de Wahtsapp, sobre todo de estos últimos. Vídeos virales, enlaces a webs ultras, noticias y advertencias de todo tipo han popularizado a falsos obreros que afirman haber perdido su pensión tras medio siglo cotizando, o informaciones sobre la islamización de Europa, o las denuncias falsas mediante las cuales -se asegura- muchas mujeres destrozan a sus maridos, o el coste de los chiringuitos (feministas, de las ONGs, culturales, deportivos...), o ese revisionismo histórico que culpabiliza a los republicanos del golpe contra la República y justifica la feroz represión franquista asegurando que los arrojados a las cunetas eran, en su mayor parte, chequistas y violadores de monjas. Es una propaganda zafia que ha calado en mucha gente y ha impulsado la súbita recuperación de los mitos de la España reaccionaria que durante décadas permanecieron en el desván del subconsciente conservador

Votar es un deber

Las redes que han movilizado esos mensajes van siendo identificadas. Están vinculadas a la ultraderecha internacional y la específicamente española (Facebook ha cerrado algunas de ellas al considerarlas propagadoras de odio). Replican lo que Trump y su equipo hicieron en las presidenciales norteamericanas o los partidarios del brexit en el referendo que ganaron.

En España, otro factor repercutirá sin duda en las votaciones de hoy: el conflicto en Cataluña. El infantil aventurerismo de los independentistas no logró, por supuesto, ninguna república independiente ni siquiera generó una clara mayoría social a favor de dicha alternativa. A cambio, el destrozo en la calidad democrática todo el país ha sido muy considerable. Torra ha actuado y actúa como otro robot al servicio de la reacción ultraderechista.

Es, sin duda, una encrucijada tan compleja como decisiva. Un interrogante cuya respuesta se conocerá a partir de las diez de la noche y que nos afectará a todos en su planteamiento y en su desenlace.

La campaña ha sido agotadora, reiterativa y poco esclarecedora. Las simplificaciónes (por ejemplo en relación con las políticas fiscales) ha creado más zonas de sombra que de claridad. Sin embargo sí existe una impresión tan luminosa como cargada de urgencia: hay que ir a votar.