En efecto. Soy de los que piensan que este nuevo proceso electoral que se inicia el próximo 28 de abril es el más importante de los últimos tiempos. Y eso que no será por falta de precedentes. En cuatro años, habremos sido convocados a tres elecciones generales, dos autonómicas, y las correspondientes municipales y europeas respetando sus calendarios. Nueve citas en total.

En estos cuatro años, han sucedido muchas cosas que han transformado las sociedades. Es más, no solo han sucedido, sino que están sucediendo y acentuarán su ritmo e intensidad en este futuro inminente en el que vivimos. Una edad de aceleración histórica en la que el tiempo «tecnológico» (con sus avances y herramientas y, sobre todo, su visión del mundo) corre por delante del tiempo propiamente «humano». La actualización del conocimiento y de las capacidades está siendo claramente superada por los acontecimientos, y no digamos por las tendencias. Menos mal que nos quedan las actitudes.

Por ello, que una sociedad se quede «atrás» frente a otras --sean ciudades, unas sobre otras, sean comunidades autónomas (regiones o landers, es lo mismo) o sean países-- es hoy día campo abonado para la desigualdad colectiva. El manejo de «los tiempos» solo es dominado por quién lidera y lleva la iniciativa, no por quién procrastina sistemáticamente. La sociedad no puede permitírselo.

En estos cuatro años, la economía española ha registrado un avance vigoroso que ha tenido luces, gracias al enorme esfuerzo que ha hecho buena parte de la sociedad (las empresas y trabajadores), y sombras (las asimetrías regionales y el escaso cambio de patrón del crecimiento).

Sin embargo, caminamos hacia una etapa madura del ciclo económico excesivamente condicionada por la inestabilidad política. En medio mundo y en nuestro entorno más cercano. Momentos complejos que requieren respuestas eficaces y rápidas sin margen para la prueba y el error en la gestión porque la incertidumbre sociológica se ha instalado en el horizonte y solo puede combatirse con hechos y resultados (tangibles y evaluables). Relativizarla, o ignorarla, conduce a un aumento indeseable de la polarización y espolear las «tensiones» es lo último que necesitamos.

El 28 de abril se abre la última fase de un proceso que debería (eso es, debería) finalizar el 26 de mayo. Después, habrá que acordar, gobernar y responder a los retos del futuro en el que ya estamos viviendo.

* DirCom de la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA)