Acabó la campaña. Concluyeron los mítines definitivos. En Madrid, PP y Vox competían por ver quién manda en la derecha-derecha, mientras Unidas Podemos conjuraba la huida de votos útiles y se presentaba como la genuina izquierda. En Valencia, PSOE y Cs se disputaban, en un final agónico, los últimos votos sueltos del centro. Pero eso era ya simple rutina. Justo antes, Casado se había abierto (en esRadio, entrevistado por Jiménez Losantos) a negociar con Vox la presencia de dicho partido en un futuro gobierno tripartito. «No tiene sentido que nos pisemos la manguera unos a otros», afirmó. Claro que esa es una parte de la cuestión; la otra es quien tiene más manguera en esa derecha que se ha escorado hacia su extremo. Porque Abascal llega empujando, con mítines ruidosos y multitudinarios, con una legión de bots que inundan internet de bulos y consignas ultras. Y Rivera se pone de perfil, a la andaluza, como si la foto en la plaza de Colón nunca hubiera existido.

Que un partido conservador tradicional (PP) y otro que ahora se autodenomina liberal estén dispuestos, por acción u omisión, a pactar con una fuerza extremista y eurófoba. nunca se había visto en los estados de la UE. Por eso la estupefacción es total. Numerosos medios de comunicacíón, incluyendo los muy moderados y economicistas Financial Times y The Economist, han publicado editoriales y análisis donde muestran su alarma ante lo que podría suponer el aterrizaje de Vox en el poder ejecutivo de España.

La baza de Sánchez

Sánchez (también Iglesias, por supuesto) se aferra ahora a esa baza: la extrema derecha se prepara para gobernar... salvo que el electorado dé un golpe de timón y compense el deslizamiento hacia Vox de muchos votantes habituales del PP con una movilización en favor del centro-izquierda. Cs se convirtió en el objetivo de los últimos misiles disparados por el secretario general de los socialistas: «Rivera tiene demasiadas chaquetas en su armario».

A Sánchez le jalean ya en la Europa social y liberal. Para el establishment civilizado y demócrata es la única salida. Lo que mosquea también a los nacionalistas e independentistas de Cataluña y el País Vasco. Tal vez por el hecho de que los mismos sondeos de última hora que han detectado un vuelco en la derecha a favor de Vox, también profetizan que el PSOE será una fuerza relevante en los territorios periféricos. El PNV o Esquerra y JxCat lanzaban ayer dardos contra ese transversalismo socialista.

En paralelo, los líderes de Unidas Podemos han seguido apoyándose en la incertidumbre que plantea la posibilidad de que Sánchez, si le cuadrasen las cifras, acabe por llegar a un acuerdo tácito con Cs, o bien pretenda gobernar buscando apoyos a ambos lados mediante una táctica de geometría variable. Iglesias y los suyos llaman al votante netamente progresista, seguros de que, evitando el desplome de su representación parlamentaria, podrán atar al PSOE a un programa común donde predomine y quede asegurada la agenda social.

Derechas a tope

PP y Vox echaron el resto en sus mítines de cierre, ambos en la capital del Reino. Autobuses de toda España garantizaron el lleno en el WiZink Center de Madrid para escuchar a Casado, a quien teloneó, en medio del entusiasmo general, la inefable candidata por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo. Antes, el cabeza de cartel de la vieja derecha se había exhibido asimismo con su última adquisición, el padre del opositor venezolano Leopoldo López. Todos estaban muy contentos y fingían optimismo. Pero no podían ignorar que en ese momento, en la plaza de Colón, Abascal clamaba cual Júpiter tonante contra los «traidores» a España.

¿Quién movilizó a más gente en ese esfuerzo final? Difícil decirlo. En ambos casos, los discursos eran atendidos en directo por unas diez mil personas. Había que agregar a ellas el seguimiento a través de Youtube. Puede ser que ganase por un poco Abascal. Pero eso no es lo más importante. Lo tremendo ha sido el incremento de la tensión y de la amenaza en los discursos de los dirigentes de Vox, que evocan el guerracivilismo no mirando al pasado... sino al futuro. Abascal identifica al PSOE, Podemos y los nacionalistas centrífugos como un nuevo Frente Popular, cuya mera existencia nos situaría en una coyuntura equivalente ¿a la del 36?

Rivera, en Valencia, no quiso competir con nadie en lo que a capacidad de convocatoria se refiere. A su mitin, la verdad, no acudieron más de dos mil personas. Allí, en un malabarismo retórico, aseguró que votarle a él y a su partido valdrá por dos: «Se echará a Sánchez de Moncloa y se meterá a Cs en el Gobierno». ¿Y Vox?... Bueno, la ultraderecha es un ente fantasmal que Rivera pretende reducir a un simple accidente, unos votos en el Congreso que le apoyarán (y a Casado, se supone) gratis. Desde los 90 no se había visto tanto suspense electoral. Tampoco habíamos asistido a una campaña tan digital y penetrada por los bulos. Ahora, en España ya se sabe qué paso con el brexit o cómo ganó Trump la presidencia.