Ya ha comenzado otro periodo de reflexión política, truncado por la efervescencia religiosa de nuestra Semana Santa, en el que no será posible distinguir lo literal de lo imaginado ni se podrá disfrutar del vergel de metáforas con el que nos distraen los candidatos.

Desconozco si la Semana Santa será ese poder purificador del fuego que deje en Congreso y Senado lo más limpio de cada candidatura. Será penoso ver y oír a los campeones del rigor pronunciarse ante nuestros ignorantes oídos de aldeanos.

Nuestras plazas en ciudades y pueblos al suceder la Santa Semana no se llenarán de charlatanes y ociosos paisanos sino que serán erial de desolación política.

Pero no importa. Nuestros móviles serán inundados de promesas y de semillas de discordia y nos dejarán asombrados de tamaña insensatez.

Por razón de la fecha no aparecerán muchos buhoneros con la pretensión de colocarnos mercancías averiadas.

Mi sensación es de disolución profunda de los vínculos entre españoles como si la unidad de España fuese mantequilla derretida y como si los lazos que nos unían sobre el solar hispano estuviesen ensuciados y desflecados. Como corchos somos los votantes que estamos flotando en este proceloso mar de incertidumbres.

Hay una zona de España donde nadie conoce a nadie ni siquiera al hermano, a la esposa o al padre y de tal fragmentación no quieren hablar nuestros candidatos a derecha y a izquierda.

Esta Semana Santa puede servir de reflexión sobre tantos actos políticos vituperables, que en los últimos años han crecido cual epidemia. Solo algún candidato anuncia poner coto a los excesos, decretar cuarentenas y obligar a devolver lo robado. Tan lejos se ha llegado que temo ya no sea posible que las aguas regresen a sus cauces. Se han roto todos los frenos a la indecencia y a la inmoderación y se vive una especie de saqueo para acabar con la moralidad en este desfile ritual grotesco que, a veces, parece extrañamente lujurioso. Mi sensación es la de estar inmerso en una ceremonia indecente en la que los predicadores prometen lo imposible y se olvidan del ser de España.

Algunos compañeros, viejos como yo, sentimos que España se nos pudre en hedores de pestilencia y somos testigos mudos de ello. No se ven caminos seguros ni se sabe cómo cortarlos. Estamos atrapados en este cepo que amenaza ahogarnos con su velo de oscuridad a pesar de tanta luz y tan densa red social.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba