Para gran parte de la población la política ya no es sinónimo de soluciones a sus problemas sino un cúmulo de emociones y de banderas ante la ausencia de propuestas creíbles. Se abandonó el debate constructivo y el consenso y se instauraron los insultos y el «tú más». Se pierde la confianza en las instituciones y predomina la incertidumbre.

De repente la inmigración, la homosexualidad, la lucha por la igualdad, etc., son el mayor peligro que amenaza al país. La inmigración se proyecta como el asalto frontal al estado de bienestar, incluso hay quien habla de invasión musulmana y quien pide la construcción de muros infranqueables que protejan el gran imperio de las incursiones bárbaras.

Se ha instalado el miedo al foráneo como el gran enemigo común: el extraño que viene a «delinquir» y a «quitar puestos de trabajo a los españoles». La derecha ha encontrado sus chivos expiatorios: los culpables del drama del paro, de la corrupción, de la inseguridad, de la escasez de ayudas sociales y del deterioro de la sanidad pública, la protección social, etcétera.

Un miedo que genera rechazos infundados en las capas más desinformadas de la sociedad, alentados por declaraciones xenófobas y bulos malintencionados, que alcanzan límites insospechados entre la derecha y la ultraderecha, que encuentran el caldo de cultivo ideal en las situaciones de riesgo de exclusión que viven miles de familias en tiempos de crisis económica, haciendo a la población menos reflexiva, menos crítica y menos solidaria.

Triunfa el discurso del odio a lo diferente, arrinconando los valores de solidaridad y unidad como principios democráticos de convivencia pacífica, creando confrontaciones ideológicas innecesarias. Un discurso que divide por raza, origen o credo; una estrategia política errónea encaminada a dividir y confrontar a la ciudadanía y, con ello, el fracaso de un modelo que demuestra su incapacidad de abordar los verdaderos problemas de la ciudadanía.

Blindar las fronteras o expulsar a todos los inmigrantes no solucionaría el drama del paro, la corrupción, el abuso de la banca, la estafa de los desahucios, la especulación inmobiliaria, la explotación y precarización laboral, etc. Hay que dignificar la política para recuperar la confianza en las instituciones y encontrar modelos económicos y sociales que apuesten de modo efectivo por eliminar la desigualdad y por la solidaridad para fortalecer el respeto mutuo y la dignidad humana.

* Responsable de Migraciones de CCOO de Córdoba