Si la de ayer fue la fiesta de la democracia, como con poca imaginación se repite desde hace lustros, su banda sonora en la sede central del PP resultó como aquel viejo tema de The Beatles: «No quiero arruinar la fiesta, así que me iré». Se fueron casi cuatro millones de votantes respecto a las elecciones del 2016, no acudieron cientos de simpatizantes de los que solían celebrar los resultados del partido en la madrileña calle Génova, y se esfumó la esperanza de Pablo Casado de llegar a la Moncloa en su puesta de largo. Al contrario que en la canción, la fiesta fue un desastre para los conservadores precisamente, y no a pesar de tanta deserción.

«Vaya torta se va dar», vaticinaba profética una veinteañera a media tarde mirando de pasada la enorme foto del líder popular que empapelaba el edificio. Pese a que todavía no había cifras, los ánimos eran ya bajos, como crecientemente lo fueron durante todo la jornada en las desoladas calles aledañas. «Nosotros no tenemos datos, ellos están en la séptima (planta)», se lamentaba una afiliada, al tiempo que otra compañera elucubraba sobre las consecuencias del alza de la participación.

De la mano de su esposa, Daniel Lacalle, nuevo gurú económico del partido, entraba sin detenerse y sin dar muestras de pesadumbre. Todo lo contrario que Isabel Díaz Ayuso, candidata a la Comunidad de Madrid, que pasó un buen rato en la puerta del edificio atendiendo a los medios y tratando de levantar el espíritu de los pocos simpatizantes que iban llegando. «No se fíen de las encuestas», les animaba después de que se publicasen los primeros sondeos. «No me puedo creer que los españoles quieran un Gobierno como este», aseguraba voluntariosa con una sonrisa triste.

Pero sus palabras no surtían efecto. «Lo han hecho muy mal. Han puesto a un desconocido (de presidente del PP). Además, los socialistas lo tapan todo mejor», se lamentaba un hombre mayor al que había intentado insuflar optimismo la líder madrileña. En la calle, más periodistas que simpatizantes. Otro grupo de jóvenes, con banderas de España a modo de capa y acompañados de sus madres con banderines de Vox, bajaban precisamente hacia esa plaza donde el partido ultradererechista seguía los resultados. «Me pregunto qué será Vox», comentaba en inglés a su acompañante un turista mientras bajaba en la misma dirección.

El torero Miguel Abellán todavía se mostraba esperanzado antes de entrar en la sede: «Hasta el rabo, todo es toro». Pero los primeros datos le desmentían. Cuando Teodoro Garcia Egea, el secretario general, aseguró tras conocerse los primeras cifras oficiales que el escenario abocaba al país a la «ingobernabilidad», ya quedaba claro que la mayor esperanza del PP eran elecciones en poco tiempo.