Las elecciones generales del próximo día 28 nos presentan un escenario inédito que resulta estimulante para el morbo político, por varias razones. En primer lugar, está el hecho de que se llega a las urnas con un partido en el poder que obtuvo en los últimos comicios su peor resultado histórico, con poco más de 80 escaños, pero que llegó al gobierno gracias a la única moción de censura que ha tenido éxito en nuestra historia democrática.

Por otro lado acude a esta cita electoral, desde la oposición, el partido que ganó las últimas elecciones, pero que hace poco menos de un año perdió esa moción de censura. Y eso, marca. También tenemos a dos nuevos partidos que irrumpieron con fuerza en las últimas elecciones, Podemos y Ciudadanos, y que, según los sondeos, se han alejado de sus anteriores expectativas de sorpasso, aunque conservan la condición de socios necesarios, según sucedan las cosas. Tenemos también la aparición de una nueva formación, Vox que, tras la sorpresa de las elecciones andaluzas se colocan como opción para un apoyo que puede ser imprescindible para el bloque que pretenda formar gobierno, o para impedir que otro lo haga.

Además, este panorama que desconcierta a casi todo el personal, acostumbrado a los vaivenes previsibles del bipartidismo, se complica todavía más, a la hora de hacer previsiones, con la puesta en valor de los últimos escaños de las circunscripciones con menos diputados que, por el reparto que impone la ley D’Hont, unos pocos votos, a favor de uno u otro partido pueden conducir a importantes variaciones en los resultados.

Por tanto, no se trata de saber quien gana las elecciones, porque es previsible que ese primer puesto no asegure, como hasta ahora, que quien lo consiga vaya a formar gobierno. La clave está en los socios o sea, que el vencedor tiene que estar pendiente de cómo les vaya a quienes pueda considerar futuros compañeros de viaje. Y esto dificulta la campaña, porque es preciso cuidar los mensajes para evitar la fuga de votos hacia opciones próximas, pero teniendo cuidado de no deteriorar las relaciones hasta un punto que luego dificulte posibles pactos o apoyos. Es decir, que tienes que ganar a tus amigos pero tampoco dejarlos tirados. Y tampoco es fácil, a estas alturas, a pesar de que la experiencia andaluza puede indicar un camino sólido, determinar quiénes, de verdad, que ahora mismo no son tus enemigos, después de las elecciones, van a ser tus amigos. ¡Qué panorama!

* Periodista