Mi abuelo Manuel, el latonero , era un científico, y su hijo, mi padre, también. De profesión era latonero, un artesano que trabajaba con materiales de cuya extracción geológica él desconocía pero que, sin embargo, sabía todas las características propias de los metales (maleabilidad, brillo, color, ductilidad, fusión, aleaciones, solidificación, etc) y con las que a diario hacía uso de las mismas.

Ni qué decir tiene que mi padre guarde algunas de sus herramientas como oro en paño, algunas de ellas diseñadas exclusivamente para determinados procesos de trabajo con la hojalata o el latón, así como anotaciones que podrían dejar con la boca abierta a más de un matemático/a.

En estas herramientas pueden observarse como el valor de la trigonometría era la base del conocimiento, así como el de las proporciones y volúmenes, tanto en el Sistema Internacional como en medidas agrarias de entonces (la onza, la arroba, el cuarterón, etc.).

Mi padre también es fontanero y científico, el uso de las nuevas tecnologías le queda a años luz, al igual que para mí la manipulación de las herramientas de aquellos entonces, su laboratorio no es más que un pequeño taller donde aplica el método científico para fabricar artilugios de uso casero que sería impensable encontrar en cualquier comercio.

Para él, la observación de los fenómenos le plantea y genera incertidumbres que debe solucionar mediante la utilización de utensilios que se adapten específicamente a conseguir como resultado final la resolución del problema, con continuos ensayos y errores que derivan en una solución real.

En aquellos tiempos de postguerra, de hambre y desesperación por llevar algo de comer a los hijos, de pobreza, de enfermedades, de trabajo duro en el campo, el ingeniero industrial, matemático, geólogo o simplemente el verdadero científico no era más que un artesano del latón que tenía la enorme ventaja de conocer la lectura y escritura, las operaciones básicas de matemáticas, las medidas volumétricas, razones trigonométricas y cambios de unidades.

Para mi abuelo, el latonero , o para mi padre, la ciencia de aquellos años no se basaba en emitir hipótesis, teorías, conocer qué son las células madre, quásares, astenosfera, microchips o radiaciones electromagnéticas.

Para ellos existía un doble motivo por el que trabajar con la hojalata: por un lado, la enorme necesidad de la verdadera subsistencia al hambre y, por otra, la de ser científicos que disfrutaban con su labor, con sus resultados, experiencias, creaciones y retos.

De estos dos motivos, el primero de ellos se repite en la actualidad, el segundo casi ha quedado obsoleto en el olvido de la ciencia.