Leyendo el angustioso relato de Allan Poe en ´El entierro prematuro´ he tenido la sensación y la necesidad de preguntarme...¿qué hay después de la muerte? Varias respuestas me vienen a la mente: religiosas, físicas, termodinámicas, biológicas, éticas pero ninguna de ellas me acaba de convencer sobre la realidad del hecho de morir y del milisegundo siguiente a ese momento. Para algunos un tema escabroso y de mal gusto, para otros una eterna duda y un punto de inflexión en sus razonamientos éticos.

Actualmente, los protocolos clínicos indican cómo establecer el momento exacto del fin de la vida o el comienzo de la muerte, aunque sinceramente no hallo el límite exacto, de tal forma que se considera difunta a una persona tras el cese irreversible de su actividad vital en todo el cerebro a través de un encefalograma. Termodinámicamente, la muerte se basa en la incapacidad de nuestro propio cuerpo a obtener energía interna y de su entorno debido a la falta de aporte de oxígeno y glucosa a las células, la inactividad circulatoria favorece el proceso, determinando el cese de la respiración celular y el caos energético del organismo. Las neuronas son más dependientes aún a este mecanismo y su muerte irreversible provoca la muerte cerebral.

La medicina forense establece métodos físicos (enfriamiento del cadáver, manchas de posición o la momificación), métodos químicos (rigidez cadavérica, autolisis y otros procesos de fermentación) y métodos microbianos (putrefacción y descomposición) como técnicas de determinación de cómo y cuándo se produjo la muerte y que está ocurriendo tras de ella. De entre todos estos, el que más me ha llamado la atención ha sido el proceso de putrefacción, en el que intervienen multitud de organismos bacterianos, hongos e insectos necrófagos. Las bacterias causan un fenómeno de enorme interés biológico: la fermentación pútrida, donde la descomposición orgánica conlleva la expulsión de gases que se acumulan entre los tejidos y causan su necrosis o muerte, o la acción de determinados hongos (Mucor o Penicillium) que favorecen la transformación de las grasas en jabones, procesos de saponificación, así como de aquellos que quedan en la superficie provocando cambios de tonos en la piel. Los insectos necrófagos depositan sus huevos en los tejidos, al quedar expuesto el cadáver al aire, y la descomposición ayuda al desarrollo de larvas y pupas para completar los ciclos de vida de los insectos y transformarse en adultos.

El término difunto procede de Defuntus terra, cuyo significado es "liberarse de la tierra", aunque posteriormente quedó en difunto. El ser humano que muere no queda liberado de la tierra en sí, es más su cuerpo es aprovechado por todos los organismos que habitan en ella o en el aire que le rodea.

Tal vez la muerte sea el final de nuestras vidas, pero el principio de los mecanismos de vida de otros. ¿Qué hay después de la muerte? Respuesta: Vida.