Pablo Baena Liñán tiene 14 años, cumplidos durante el presente curso escolar. Estudia 3º de la ESO en el IES Alhaken II y tiene motivos más que de sobra para estar eufórico. Hace pocos días supo que ha sido nuevamente elegido para asistir a la Escuela de Verano para Escritores y Escritoras Noveles. Y es que con ésta ya van dos las veces que ha sido seleccionado para esta convocatoria del Centro Andaluz de las Letras de apoyo a la literatura emergente. Pero su vínculación con las letras en general, y la poesía en particular, no es cuestión de azar. Su familia siempre ha estado muy relacionada con el mundo literario, especialmente su abuelo y su padre, quienes han dedicado gran parte de su vida al fomento de la lectura. El primero como editor y distribuidor de libros y el segundo como fundador de la ya extinta, aunque conocida y recordada, Librería Anaquel. Es de ellos de quien Pablo ha heredado esta pasión por la escritura. Tal es así, que ya con seis años presentó un poema al certamen de las bibliotecas municipales Muchocuento y Multiverso. donde obtuvo el primer premio. La alegría que sintió fue tanta que eso le animó a continuar con la escritura, siempre con ganas de mejorar. «Después de ese llegaron otros premios y cada uno me ha supuesto una gran satisfacción», asegura Pablo.

Este verano volverá a formar parte de ese grupo de 35 jóvenes andaluces que conviven durante una semana de julio en la escuela estival de escritores. La primera vez que asistió se dió la circunstancia de que también lo hacía su hermana que, como él, escribe poesía. En esta segunda ocasión va con la misma ilusión y muchas más ganas ya que, según le confesaron compañeros de la edición anterior que también hacían doblete, «acudir a la Escuela una segunda vez cambia la perspectiva de la escritura y de lo que allí aprendes», afirma el joven. A él todo lo que vive y sucede en Mollina (lugar donde se desarrolla el programa de autores noveles), le gusta y le interesa. Se siente incapaz de elegir o destacar algo que capte especialmente su atención de su paso por la Escuela. «Es la sensación que te llevas de allí y que te dura para siempre. Es la gran oportunidad de aprender de escritores consagrados junto a compañeros que, al igual que yo, quieren comerse el mundo y aprender lo máximo posible», argumenta.

En la Escuela se levantaban por la mañana alrededor de las 8. Tras el desayuno, participaban en un taller que, en el caso de su primera edición, era de narrativa y duraba cuatro horas, de 10 a 14 del mediodía. Después del almuerzo disponían de un rato de ocio y esparcimiento. A las 17 horas llegaba la siguiente clase, en esa ocasión de poesía, que se prolongaba hasta las 20:30 horas. A partir de ahí, cena y alguna actividad nocturna. «Cuando llegas allí da igual que sepas más o menos sobre escritura. Siempre vas a salir habiendo aprendido algo y habiendo adquirido experiencias únicas, en gran parte gracias a los compañeros y a los escritores profesionales que participan», apunta Pablo quien, a una cuestión sobre su futuro, responde que le gustaría dedicarse a algo relacionado con la robótica. Todo ello, claro está, sin dejar de lado su afición por la poesía.