Acurrucada en un balcón de mi casa, allá en el pueblo, esperaba cada año la llegada de los Reyes Magos. Quería verlos, tocarlos, escucharlos...Alguien, a carcajada limpia, me abrió los ojos un día: «es mentira, los reyes son tus padres». Pasaron años, nacieron mis hijos y he aquí que, sin proponérmelo, los Reyes Magos volvieron a escena en sus zapatitos, primorosamente colocados en la terraza, y volvieron a tomar vida en cabalgatas, augurios, cartas, grandes almacenes, etc. Y algo por dentro me decía que también yo protagonizaba un engaño. Hoy, pasados muchos años, pienso y tengo experimentado que el principal alimento del psiquismo, la mejor cuerda para activar nuestros estímulos, es la ilusión. Y desde ese punto de vista, los educadores, padres, en este caso, tendríamos que estar atentos a promover en nuestros hijos una vida ilusionante, pero no un día y a base de súper caros artilugios generadores de niños y niñas que ni tan siquiera les interesa levantar la vista de ellos para ver quién les habla o qué sucede a su alrededor, sino promoviendo a diario vivencias generadoras de ilusión, pero, hundidos como andamos en una sociedad empanada y pasota, con nuestras actitudes proyectamos en constante trance, una imagen negativa de cuánto nos rodea. Sin duda, para los niños la festividad de los Reyes sigue siendo una ilusión, pero mucho más que eso les alegra y divierte la participación de sus padres en juegos, paseos, etc. Una tarde de cine, de merienda, un rato de parchís, cualquier cosa provocaría en ellos mejores ilusiones, porque la vida no es más que una escalada en la que cada peldaño de ascenso nos aproxima más a las estrellas. Mi padre, hombre de muchos y grandes valores, era protagonista, junto a los siete hermanos que éramos, del acto festivo de escribir la carta a los Reyes Magos.