Se nos van acercando las vacaciones de Navidad y padres y maestros, preocupados ante la eminencia de las notas, agobiamos, más de lo que ya están, con las dichosas y absurdas calificaciones que tan poco dicen de ellos y tanto de un sistema que se les ha quedado diminuto.

He tratado siempre de aplicar lo que llamo, hoy, minipedagogía. La idea me vino dada por un curso muy complicado en conocimientos de cuarenta alumnos, casi todos con un fracaso evidente. A la vista de una evaluación se me ocurrió lo siguiente. Les dije: voy a ver si os preparo una evaluación sencilla para que estudiéis algo y aprobéis todos. De forma muy aparatosa, escribí en un folio cinco preguntas fundamenales sobre el tema de la evaluación. Una vez que als escribí y les dije: voy a salir un momento. Guardad silencio. Y dejé el folio encima de la mesa. Al día siguiente, la evaluación fue de diez para todos. ¿Qué había pasado?. En un santiamén las copiaron todos que era de lo que se trataba: que se estudiaran aquellas preguntas, que eran esenciales y como algo clandestino, se las estudiaron.

Al partir de aquella explosiva nota, la autoestima de mis cuarenta alumnos subió como la espuma y mejoraron notablemente en el convencimiento de que podían. Por supuesto, no repetí la estrategia, pero sí reflexioné cómo antes de poner una mala nota, debería prevenir y asegurar que conocían lo esencial de cada evaluación. Los libros de texto son muy dispersos y a la inmesa mayoría de alumnos les vienen grandes, y yo me pregunto: ¿no pueden minimizarlo maestros y padres?

De ahora en adelante trataré de seguir con la minipedagogía porque, si bien no sé demasiado, me avla la experiencia de toda una vida dedicada al magisterio y buscando estrategias para que ningún alumno se sienta perdido y lo que es peor, se pueda sentir fracasado.