Los científicos no están seguros sobre cuántas especies habitan en el planeta hoy en día, pero sus estimaciones indican un máximo de unos 10 millones. Lamentablemente, millares de especies desaparecen anualmente, algunas incluso antes de que conozcamos su existencia.

Para algunas personas la creciente preocupación por la pérdida de biodiversidad (variedad de especies) es exagerada y argumentan que la extinción constituye un hecho regular en la historia de la vida. Además, cada vez que las condiciones ambientales cambiaban bruscamente, muchas especies desaparecían. De hecho, se han producido cinco extinciones masivas a lo largo del tiempo geológico que han provocado bruscas caídas en la biodiversidad. La última de estas grandes extinciones aconteció hace 65 millones de años y causó la desaparición, entre otras muchas especies, de los misteriosos dinosaurios. Pero nuestro acoso actual a la biodiversidad es implacable.

Movidos por intereses a corto plazo, estamos destruyendo los bosques y las selvas, los lagos..., sin comprender que es la variedad de ambientes lo que mantiene la biodiversidad. Estamos envenenando suelos, aguas y aire, haciendo desaparecer con plaguicidas y herbicidas miles de especies.

Durante la mayor parte de la historia geológica, las nuevas especies se han desarrollado más rápidamente que la desaparición de las especies existentes, así continuamente ha ido aumentando la diversidad biológica del planeta. Pero la tasa media de extinción actual es unas 1.000 a 10.000 veces más rápida que la tasa que prevaleció durante los últimos 60 millones de años. Ahora la evolución se está quedando atrás.

Motivos para preservar la biodiversidad tenemos muchos. Mencionaremos sólo algunos, aunque bajo la óptica egoísta de nuestro propio beneficio. Todas las plantas cultivadas y el ganado doméstico provienen de especies silvestres. El cultivo de variedades seleccionadas por alguna característica útil debilita a menudo las especies y las hace sensibles a sequías, inundaciones, enfermedades y plagas. Para mantener el vigor de estos cultivos hay que recurrir a las especies silvestres, que contienen genes resistentes fruto de su evolución. Sirva como ejemplo la vid, que de no haber existido las variedades espontáneas de vid americana, hace un siglo que la uva y el vino habrían desaparecido en el mundo debido a que la filoxera liquidó hasta la última cepa de las variedades europeas, incapaces de hacerle frente.

La mayoría de nuestros fármacos provienen de plantas o de animales (un tercio de los remedios utilizados contra el cáncer y otras enfermedades procede de hongos y plantas silvestres de la selva tropical).

Cada vez que desaparece una especie, retrasamos el avance de la Medicina y perdemos la esperanza de curación de enfermedades graves.

Algunas especies silvestres pueden proporcionar alimentos de forma más eficiente que las domesticadas. Así, la judía alada de Nueva Guinea (Psophocarpus tetragonolobus), toda ella comestible y de cuyo jugo se puede preparar una bebida similar al café, crece tan rápidamente que en pocas semanas alcanza una altura de 4,5 metros, teniendo un valor nutritivo similar a la soja. O el caso de una palmera de la cuenca del Amazonas (Orbignya phalerata) productora de aceite en cantidades tales que, un total de 500 plantas de esta especie pueden dar 125 barriles de aceite al año.

La riqueza biológica de un país forma parte de una herencia recibida que debe ser protegida como la lengua y la cultura propias, y puede convertirse en recurso económico mediante el ecoturismo y el safari fotográfico.

Estamos ante la sexta gran extinción, única en la medida en que es causada en gran parte por las actividades de una sola especie. Es la primera extinción en masa que los seres humanos atestiguarán de primera mano, y no precisamente como simples observadores inocentes. ¿Vamos a permanecer impasibles ante nuestra propia extinción o vamos a evitarlo?