Con bastante frecuencia, pasamos por alto palabras que habitualmente manejamos, y hasta confundimos, porque tal vez, las dimos por entendidas o tal vez, como en tantas cosas, sobrevolamos por ellas sin que nos importen demasiado.

Y así, los términos educación y pedagogía, tan inequívocos y trascendentes, los usamos, en demasiadas ocasiones, indistintamente para referirnos a la labor de padres y maestros con respecto a hijos y alumnos. En más de una ocasión he sonreído ante la pregunta que me han formulado, incluso profesionales de la cultura: ¿eres, maestra o pedagoga?. La verdad es que la diferencia existe pero no la concibo, cuando a maestros nos referimos. La razón es obvia: educar, etimológicamente significa sacar fuera, llevar a. No obstante, este maravilloso concepto, queda reducido muchas veces a la concepción sofista de la educación: mera instrucción. Y si bien hoy se establece distancia entre enseñar y educar, desde mi punto de vista, y ahí entra la inseparable pedagogía, definida por tantos autores y de tan variopintas formas, para mí como el arte de saber transmitir, tanto conocimientos como educación. De sobra conocemos maestros que, con grandes conocimientos, enseñan poco, ya que les falta habilidad, maña, para ser comprendidos. Miles de veces, en mis años escolares, me explicaron el sistema métrico pero fue mi padre el excelente maestro y pedagogo, quien me lo hizo comprender. Recuerdo, al respecto, a un señor que en cierto pueblo impartía clases sin ser maestro. Interesada por el tremendo éxito de su gestión, le pedí asistir a una sesión, y no, no tenía título alguno pero era un auténtico pedagogo. La pedagogía es algo tan fundamental en la vida que no puede quedar reducida al campo educativo, porque sin ella no es posible la comunicación y sin ésta, por muchas luches que haya, nos quedamos a oscuras.