Resulta agradable, pero más bien raro, escuchar en boca de los políticos prioridades en temas tan necesarios y básicos en nuestra sociedad como la educación y la cultura. Y es que si siempre educar fue una tarea ardua, basada ente todo, en la instrucción, hoy todo es diferente de cara a una sociedad rica y cambiante. De ahí que, educar hoy, sea todo un reto que conlleve una visión globalizadora, tanto del mundo como del propio individuo. De gran actualidad me parecen las palabras de H. Grassi: «La educación es la respuesta más grande y plena que pueda darse al hombre, sobre todo en tiempos tan dramáticos como los de hoy». Y no solo porque el futuro dependa de los jóvenes actuales, sino sobre todo, porque la educación implica el riesgo de la libertad, que deja, primero que aflore, y después, que se desvele cada vez más la naturaleza de la existencia humana y la dignidad de cada ser.

Cada hombre, cada niño, es un nuevo inicio, es toda la historia de la humanidad que vuelve a empezar una y otra vez. La educación es un descubrimiento continuo de puntos consistentes entre sí que permiten afrontar la vida con una esperanza cierta.

Educar es introducirse en la realidad, es decir, en el significado de las cosas, aun cuando éstas parezcan no tenerlo; educar es decir a los jóvenes que el absurdo no es la definición última de la existencia, que la vida no es una fábula contada por un idiota. Educar es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos y no para ser gobernados por los demás (H. Spencer). Nada hay, pues, más grande que inclinarse ante el alma de un niño en cuyas manos está el destino de toda la humanidad. La alternativa a esto es la inevitable violencia que hace a uno señor del otro y dominador de los demás. Un ser humano educado lleva consigo el arma más poderosa para cambiar el mundo, algo que padres y maestros deben saber y no olvidar.