Dice, mi niño, que eres listo, pero que estudias poco, que atiendes menos, que suspendes exámenes, que juegas en clase, que hablas, te ríes, que no te concentras, que reniegas de las tareas, que te cansas rápido de estudiar, que eres hiperactivo, que no sueltas el móvil, que eres desordenado, que eres desobediente... Dicen que es tiempo de ir a clase de música, baile, etcétera. Dicen que es tiempo de catequesis, tiempo de confesiones y comuniones, tiempo de madrugar, tiempo de correr que llegas tarde, tiempo de ser el mejor...

¡Qué pena me das, mi niño! ¿Alguien te habló alguna vez de la felicidad? ¿Alguien alguna vez se interesó por conocer tus gustos, intereses, aficiones...? ¿Alguien alguna vez se preocupó de enseñarte a pensar, opinar, escuchar, de mirar y ver el mundo más allá de ese círculo de obligaciones y responsabilidades que tanto pesan sobre tus débiles espaldas?

Tú, mi niño, eres como una pequeña planta que hay que regar, abonar, podar, limpiar de las malas hierbas, cuidar cada día y proteger de las intemperies y con paciencia esperar el fruto.

¡Qué fracaso el de la Administración que hace de ti un montón de papeles! ¡Qué fracaso el de padres y mayores que, olvidados de tus pocos años, no nos revelamos y luchamos por tachar de tu vida las palabras que tan mal te definen! Mi niño precioso. ¡Qué antorcha de luz y esperanza veo en la transparente inocencia de tus lindos ojos! Esta maestra que tanto trabajó, y ama tanto a los niños, te dice, hoy: vive, mi niño, sueña, sé feliz. Y no permitas nunca que las manos de unos malos alfareros te modelen a su gusto. No lo veré, pero llegará un día que emergerá la luz del juicio sensato que devuelva a los niños su condición de niños y sean ellos los verdaderos y auténticos protagonistas de la educación y no papeles y exigencias de todos.