El pasado mes de agosto en una noche en el cine de verano dirigí la mirada al cielo abierto y pude advertir tres estrellas.

Vega, Altair y Deneb pertenecen a constelaciones distintas pero forman el llamado triángulo de verano que es fácilmente identificable en las noches estivales en el cenit de la bóveda celeste.

Me llamó la atención que desde mi posición no se podía apreciar alguna más.

Desde el centro de nuestra ciudad además de los planetas y la Luna sólo es posible apreciar unas pocas estrellas. La contaminación lumínica impide que nuestro cielo se muestre tal como lo conocieron nuestros antepasados, estrellado.

Esta contaminación lumínica es causa de problemas relacionados con los ciclos naturales de animales que necesitan la oscuridad y por lo tanto afecta al equilibrio medioambiental.

Es además, una consecuencia del despilfarro energético, luz que escapa hacia donde no debe iluminar.

Para proteger la calidad de nuestros cielos frente a esta contaminación la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, aprobó un Reglamente que además establece medidas de ahorro y eficiencia energética (BOJA 159, 13 agosto 2010).

La recuperación del cielo es tarea difícil pero el camino ya está marcado, solamente falta que apliquemos lo establecido por esa ley.

Días antes había estado en un sitio alejado de núcleos urbanos y por tanto con un cielo en estado puro. Se trata del Pinar de Araceli, en el noroeste de la provincia de Granada, lindando con las sierras de Cazorla, Segura y las Villas. Se encuentra, también, a una altitud de un poco más de 1.800 metros, por lo que reúne las condiciones idóneas para una observación astronómica adecuada.

Durante tres noches seguidas pude disfrutar de un espectáculo que comienza con la puesta de sol y la aparición de las primeras lucecitas en un cielo impoluto.

No voy a hablar de las nebulosas, galaxias y cúmulos que podemos descubrir con un telescopio, sino simplemente del cielo a simple vista, un cielo oscuro y a la vez brillante que sobrecoge enormemente.

Destaca la Vía Láctea surcando el firmamento desde el horizonte Suroeste hasta el Noreste, desde Sagitario hasta Perseo. La franja atraviesa la bóveda celeste y no deja de sorprender que en lugares como las ciudades sea imposible advertir su presencia.

Muchas personas de nuestro tiempo ni siquiera saben de su existencia.

Unos simples prismáticos te permiten escudriñar las miles de estrellas que la pueblan. Cuesta entender que cada uno de esos puntitos sea una estrella como nuestro sol. La grandeza del Cosmos se hace así muy patente.

El espectáculo es único, singular y grandioso. Rodeados de pinos y con el sonido de la naturaleza, en el que los grillos, aves y otros animales rompían el silencio de este hermoso paraje a caballo entre Jaén y Granada.

Venus al caer la tarde y, por otro lado, Júpiter una vez avanzada la noche sobresalen en un cielo tan poblado que es muy difícil reconocer el triángulo del verano y otras constelaciones conocidas por cualquier aficionado al increíble mundo de la astronomía.

Estrellas fugaces, acuáridas y perseidas, también nos deleitan. Algunos de estos meteoros son tan luminosos que incluso provocan sombras a nuestro alrededor.

Así, pude disfrutar de tres días de tranquilidad, sosiego y disfrute en una naturaleza de la que nos queda mucho por descubrir.

Tres días para soñar despierto.