El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha apelado a la unidad al exponer el alcance de las medidas decretadas por el Gobierno al amparo de la declaración del estado de alarma. Puede decirse que la frase «vayamos todos a una» ha sido el eslogan de su intervención frente al recelo cuando no la crítica abierta de los presidentes de Cataluña y Euskadi ante la decisión del Ejecutivo de asumir el papel de única autoridad competente en España para poner en práctica las medidas contenidas en el real decreto ley.

Pero tiene que ser así, lo que hace inoportunas e insolidarias las críticas de Torra y Urkullu, dado que la eficiencia del objetivo debe estar por encima de debates competenciales, y serán las comunidades autónomas, todas, incluyendo Andalucía, las que apliquen las medidas. Carece de sentido politizar la adopción y gestión de medidas que han de tener como primer y único objetivo derrotar el coronavirus. Hubo politización con toda seguridad durante el Consejo de Ministros extraordinario, única explicación verosímil de su larguísima duración, que tensó al máximo las costuras de la coalición que gobierna y retrasó la comparecencia de Sánchez.

Por lo demás, el contenido del decreto atiende a criterios científicos encaminados a evitar las rutas de contagio hasta donde es humanamente posible. No hay en ellas nada que pueda sorprender a la sociedad española, se atienen a lo experimentado como efectivo, a las recomendaciones de la OMS y al convencimiento de que, de momento, son las únicas medidas factibles para doblegar la curva de propagación. Es obvio que el virus no entiende de territorios, de límites y de fronteras, de forma que lo único realmente posible en estos momentos es lograr, como ha dicho Pedro Sánchez, que sea mínimo el precio que pague la sociedad para vencerlo. Y es asimismo obvio que solo imponer límites a la vida cotidiana, a la libertad de movimientos y a las relaciones sociales puede acabar con la pesadilla.

Para que tal cosa se logre es de esperar que a partir de ahora todos los ciudadanos asuman la responsabilidad de cumplir con lo prescrito por las autoridades. La disciplina social y la solidaridad son exactamente eso: quedarse en casa, olvidarse de los actos cotidianos de ocio en espacios públicos y no sumarse a irresponsables episodios de acaparamiento. Las redes de distribución de alimentos, medicinas y productos esenciales garantizan un suministro regular en los difíciles días que se avecinan, durante los cuales es posible que sean necesarias medidas adicionales imposibles de prever. El combate contra el virus es un desafío colectivo que requiere la complicidad de todos en una misma dirección.