La Comisión Europea no da credibilidad a los planes presupuestarios del Gobierno de España para el 2020. Las últimas estimaciones eran plenamente ortodoxas en sus objetivos, pero sumamente arriesgadas en sus cálculos. Tenían un planteamiento inercial, es decir, no preveían reformas -entre otras cosas porque el Ejecutivo está en funciones- y confiaban en que la evolución de la economía permitiría cumplir con los objetivos de déficit e incluso aumentar el gasto público. Pero los nubarrones de la economía global son demasiado negros. El riesgo de recesión en la principal economía europea, Alemania, es inminente. El brexit sigue atascado. La paz entre EEUU y China se ve empañada por la nueva guerra arancelaria con Europa. El panorama no es desolador, pero no permite decir que «todo va a seguir igual» como venía a decir el documento remitido por España a la CE. Y la respuesta ha sido un riguroso no. Aunque deja abierta la puerta a rectificar cuando se presenten los Presupuestos Generales en el Congreso de los Diputados. Si se presentan.

Lo que dice la Comisión Europea no es sensiblemente diferente a lo que opinan los expertos y a lo que piden los agentes sociales. España necesita reformas estructurales en temas clave como el clamoroso déficit de la Seguridad Social, el escandaloso nivel de temporalidad y de precariedad en el empleo, la inaceptable tasa de paro o la inaplazable transición energética. España lleva cuatro años sin un Gobierno que pueda hacer reformas y lo hace después de ocho años de planes de contingencia que no son reformas sino parches. La CE ha seguido de cerca esta evolución y conoce sus logros pero también sus limitaciones. Ha repetido en muchas ocasiones las fórmulas que propone, pero no siempre ha encontrado un interlocutor válido. A veces por falta de voluntad y otras por falta de mayoría.

Este traspié es la prueba del nueve de la irresponsabilidad de los partidos españoles que nos ha llevado a la repetición de las elecciones, la base del problema que señala ahora la CE. La negación de la realidad de algunos que sabían que no había alternativa a Pedro Sánchez. La falta de responsabilidad de otros. Y el exceso de tacticismo del mismo presidente en funciones nos han llevado a este escenario indeseable: meses sin tomar decisiones mientras la economía se marchitaba y una creciente presión de Europa a favor de la ortodoxia que se podría haber evitado tomando antes medidas correctoras.

De manera que al polvorín catalán ahora se suma un enfriamiento de la economía que la Comisión ha elevado al rango de previsión y que amenaza algunas de las medidas que Sánchez comprometió en la anterior campaña electoral. España necesita, se lo reclaman sus socios europeos, más sentido de Estado y menos partidas de Juego de Tronos con los electores secuestrados emocionalmente. Este país necesita reformas y no tantos cálculos electorales.