El derrumbamiento de un tramo del viaducto de la autopista A-10 a su paso por Génova aún no presenta un balance definitivo, pero las decenas de muertos y heridos ya definen una tragedia de primer orden en un país como Italia, sujeto a especulaciones, rumores y maledicencias. Pocos minutos después de la catástrofe, el ministro de Infraestructuras y Transportes constataba que el puente carecía del mantenimiento debido, y «he aquí las consecuencias». La crítica no era baladí. Desde el populismo del M5S (Movimiento 5 Estrellas), se disparaba contra los anteriores gobiernos del PDI, sin acordarse de que en el 2013 el mismo partido de Beppe Grillo, al oponerse a una variante en Génova, había calificado de favoletta (cuento de hadas) el hipotético derrumbe de una construcción que siempre ha estado bajo sospecha. Por otra parte, hay voces antieuropeístas que acusan del desastre a la austeridad económica impuesta por Alemania, en un clima de crispación nacional que no ha respetado el dolor de las víctimas. Los responsables de las autopistas alegan que todo estaba bajo control, pero expertos ingenieros ya habían advertido hace tiempo de «los gravísimos problemas» de este viaducto de los años 60. Tendrán que verificarse las causas, pero Génova es hoy un grito de alerta sobre la precariedad de las estructuras viarias. Y no solo en Italia, sino también en nuestro país.