No hay más sordo que el que no quiere oír, ni más ciego que el que no quiere ver. El durísimo refrán tiene en el presidente de la Generalitat, Quim Torra, un ejemplo de manual. La particular «cruzada» del independentismo y su objetivo personal de mantener «vivo» en la actualidad política a su precedesor, Carles Puigdemont, ha conducido a Govern al abandono de la acción no solo del día a día, sino estratégica. Pero, cegado por el procés, no lo ve: lo que ve es una realidad paralela, incluso si quien le muestra los hechos es el presidente del Círculo de Economía de Cataluña, Juan José Bruguera, que invocó la pérdida de peso de la economía catalana --el cambio de sede de muchas empresas y el creciente dinamismo de Madrid-- y lo único que obtuvo es una petición de Torra de que los empresarios apoyen un referéndum de autodeterminación. Los dirigentes de la comunidad autónoma que genera el 19% del PIB de España no se preocupan ni por la realidad ni por el futuro, pues siguen dejando el piloto automático puesto a su propia economía y dedican el grueso de sus esfuerzos a otros cometidos, con una visión poco realista. Lo ocurrido en la reunión del Cercle deja al descubierto, una vez más, el escaso interés de Torra por el bienestar de sus administrados, y augura la continuidad de las dificultades para normalizar la situación en Cataluña. ¿Qué diálogo puede haber con un negacionista de la realidad?