Con la muerte de Salvador Távora (Sevilla, 1930) desaparece un genio creativo de singular fuerza y originalidad, una persona que, desde las postrimerías del franquismo, ha ido creando un lenguaje propio como autor, dramaturgo y director teatral. Un lenguaje que ha identificado con las tradiciones y sentimientos de Andalucía, revistiendo los tópicos de modernidad y convirtiéndolos en alardes de dignidad e instrumentos de un comprometido mensaje social. Su figura concita, más allá de ideologías y hasta de estéticas, un consenso sobre la calidad de su arte y la de su propia persona, querida y objeto en vida de múltiples reconocimientos. Se ha marchado Távora a los 88 años, dejando tras de sí una vida intensa que comenzó como obrero de la textil Hytasa, continuó con sus pinitos de novillero y se definió con su aterrizaje en el mundo del teatro. Al frente de La Cuadra de Sevilla, aportó más de cuatro décadas de creación, con más de 5.000 representaciones y presencia en 35 países de todo el mundo. Artista universal, muy sevillano y amante de sus orígenes (ubicó en su barrio del Cerro del Águila el Távora Teatro Abierto, que actualmente representa la ópera de cornetas y tambores Carmen), su compromiso social lo llevó a ser considerado un «dramaturgo obrero». Cultura popular y estética propia, a veces casi expresionista, alejada de modas, han hecho de él un personaje único, un gran hijo de Andalucía.