Hoy domingo, como en toda Europa, España inicia el plan de vacunación contra el covid-19. Se ha querido hacer coincidir la llegada de las primeras dosis y su administración en todos los países de una manera simbólica. Es una decisión acertada, porque los símbolos no sobran para ejemplificar la unidad en la lucha contra una enfermedad que ha golpeado a todo el mundo desde los primeros meses de este año y que ha causado 80 millones de contagiados y 1,75 millones de muertos. Si en la toma de decisiones para coordinar las medidas de contención contra el virus la Unión Europea no se caracterizó, ya desde el primer momento, por actuar de forma concertada, sí lo ha hecho, y de forma ejemplar, a la hora de asegurar el suministro suficiente para inmunizar a toda su población y distribuirlo de forma equitativa desde el primer día, sin dejar a ninguno de sus países miembros al albur de las incertidumbres que rodean el acceso a la vacuna en otras latidudes.

En la primera fase, que durará hasta marzo, llegarán a España 4,5 millones de dosis para inmunizar, con dos dosis, a 2,3 millones de personas. Cada semana se inyectarán 350.000 dosis, destinadas las primeras a los residentes y los trabajadores de centros sociosanitarios, sanitarios en general y grandes dependientes. A través de la UE, España recibirá 140 millones de dosis. El objetivo es alcanzar en 2021 la inmunidad de grupo tras vacunar a entre el 70% y el 80% de la población.

Este plan de vacunación diseñado por el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas es descentralizado y coherente, por lo tanto, con la lógica del Estado de las autonomías. La logística y la vacunación están en manos de las comunidades. Desde que terminó el primer estado de alarma, el Gobierno eliminó el mando único y descentralizó las operaciones, en cogobernanza con las comunidades. La lógica descentralización, sin embargo, levantó críticas por la «pasividad» de Pedro Sánchez, en la mayoría de los casos por los mismos que habían acusado al Gobierno de intervencionista y centralizador. Una vez que se inicie el plan, hay que esperar que no se reproduzcan algunas de las batallas territoriales ridículas suscitadas durante la pandemia, esta vez sobre la cantidad de dosis -la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ya ha declarado que Madrid tiene pocas-, cómo se reparten o quiénes son los primeros. Las autoridades sanitarias han fijado criterios objetivos que están en relación, primero, con el número de residentes en centros sociosanitarios y, después, con la población.

A los responsables de sanidad de las diferentes comunidades autónomas se les debe, pues, reclamar responsabilidad para que el plan de vacunación transcurra sin peleas partidistas y sin sobresaltos. El enorme trabajo logístico se ha tenido que hacer en muy poco tiempo, por lo que no pueden descartarse fallos o desajustes que merecen comprensión y no deberían dar lugar a críticas injustas. A la población hay que pedirle paciencia, dada la complejidad del plan; que no relaje las medidas restrictivas porque hasta que se logre la inmunidad de grupo, y para eso aún faltan meses, no habrá tranquilidad, y que acepte ponerse la vacuna por su bien y el de todos. El esfuerzo para llegar hasta aquí ha sido demasiado grande para que la desinformación, el miedo irracional o la irresponsabilidad rebajen la efectividad de la campaña de vacunación que debe permitir regresar algo que sea lo más parecido posible a la normalidad.