Los políticos de la Transición hicieron bien en proponer a los ciudadanos españoles que no quedaran atrapados en la memoria de la guerra civil. Sobre esa base hubiera sido muy difícil construir una democracia constitucional. Pero la base de aquel pacto no incluía la desmemoria. Simplemente abogaba por abordar primero lo urgente, la recuperación de la democracia y la integración en Europa, para ganar tiempo para ocuparse de lo importante, la verdadera reconciliación entre españoles y el fortalecimiento de la cultura de la tolerancia y el respeto. Cuando el presidente José María Aznar, a finales de los años 90, ocupó el poder al grito de promover una segunda Transición, el pacto original se rompió. Aznar promovió el desacomplejamiento de la derecha de origen franquista para integrarla en el PP y convirtió a este partido en dique de contención para cualquier reparación histórica de las víctimas republicanas de la guerra civil similar a las que tuvieron las franquistas durante 40 años. Aznar impuso la idea de que el golpe de Estado real fue el de 1934, con lo que el alzamiento del 18 de julio solo era en ese imaginario una respuesta a una previa agresión. El reverdecimiento de Vox no deja se ser, también, un fruto tardío de aquel discurso.

Desde que Aznar estuvo en la Moncloa, la izquierda no ha tenido la capacidad de tejer un planteamiento alternativo. El PSOE porque a menudo se siente comprometido por los pactos de la Transición, a los que ha sido más leal que los firmantes de la derecha, y los partidos a su izquierda porque instrumentalizan la memoria para impugnar globalmente lo que denominan el «régimen del 78», un empeño que supone también una injusta revisión de la Transición, y al que ahora se unen los independentistas de uno u otro signo. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero inició un tímido programa de apertura de fosas que Mariano Rajoy enterró con la excusa de la crisis. El Gobierno de Pedro Sánchez lo ha fiado todo al gesto simbólico de retirar los restos del dictador Franco del Valle de los Caídos. Un proyecto que pende de un hilo si el próximo presidente depende de los votos de Vox, una formación claramente revisionista de los pactos de la Transición, en el sentido contrario. Reparar la memoria de las víctimas es un acto de justicia que no debe interpretarse en términos revanchistas, sino de estricto respeto al pasado y a los familiares de aquellos que no tuvieron entonces derecho a la memoria. En Andalucía y en Córdoba, con los pasos ya dados, hay preocupación por las decisiones que tome el Gobierno andaluz. España debería ser capaz de afrontar este asunto con madurez. La guerra civil terminó hace 80 años. La mayoría de sus supervivientes han muerto. Eso puede ayudar, pero será imposible superar definitivamente el tema cuando no queden tampoco los que hicieron la Transición. Eso también se juega el 28-A.