Los temores de una victoria populista suscitados por las últimas elecciones en Holanda y en Francia -sin llegar a producirse- se han materializado en Italia. La aplastante victoria del Movimiento 5S, que se ha alzado con el mayor número de votos, y la de la xenófoba Liga Norte, que está por encima de su socio de coalición, Silvio Berlusconi, así como el hundimiento sin paliativos de la otrora poderosa izquierda marcan el fin de una era y de una forma de hacer política. Lo que vendrá entra en una dimensión desconocida, pero los augurios son poco positivos. Las victorias logradas en las urnas no dan mayorías suficientes para formar Gobierno. Vendrán días de aritmética y gesticulación, pero la última palabra es del presidente de la República, Sergio Mattarella. En él recae la responsabilidad institucional de explorar las posibilidades de formar un Ejecutivo.

Estas elecciones se han dirimido prácticamente sobre una única cuestión, la inmigración, lo que ha despertado la bestia xenófoba alimentada por una demagogia desbocada. Es indicativo del deterioro político italiano que, ante la catástrofe que se avecinaba, un personaje tan denostado desde Bruselas o desde la Roma progresista como Berlusconi fuera considerado en una y otra capital un mal menor. En este marasmo político y a diferencia de la verborrea xenófoba del líder de la Liga, Matteo Salvini, el M5S ha mutado, al menos externamente, desde la antipolítica fundacional hacia una mayor respetabilidad. Ha bajado el tono de su antieuropeísmo y su líder, Luigi di Maio, un joven sin currículo, ha demostrado tener educación. Tras la victoria, anunció su voluntad de apertura a otros partidos. Sin embargo, el resultado despier ta todas las alarmas en Bruselas. A la deriva ultranacionalista y xenófoba de Polonia, Hungría o Eslovaquia, se une ahora la victoria de partidos antieuropeístas en la que es la tercera economía de la UE y uno de sus fundadores. Malos tiempos para la renovación de la UE.