Pablo Casado llegó a la presidencia del PP con la etiqueta de «la derecha sin complejos». Sin complejos reivindicó una ley del aborto de hace 33 años, sin complejos se opuso a cualquier regulación de la eutanasia, sin complejos declaró que no se gastaría un duro en desenterrar a Franco, y, ahora, sin complejos empieza a utilizar la inmigración como arma política. A otro nivel, pero a la subasta se ha sumado Albert Rivera, que ha visitado la valla de Ceuta para atacar al Gobierno y competir con el PP en la denuncia de la política migratoria. Casado sostiene que la acogida del Aquarius ha provocado un efecto llamada, cuando las cifras demuestran que la nueva presión migratoria comenzó en el 2016, creció exponencialmente el año pasado y ha continuado en este. Acusa al Gobierno de demagogia mientras asegura que su partido se opondrá a la consigna de «papeles para todos», una política que nadie defiende. Tanto Casado como Rivera alertan de que sus advertencias pretenden impedir el crecimiento del populismo, pero sus mensajes se alinean con los de políticos populistas europeos --de Austria, Italia o Alemania-- que están creando un problema con la inmigración precisamente cuando la llegada de inmigrantes, comparada con la del 2015, ha descendido. Los 22.000 inmigrantes llegados este año a las costas andaluzas son cifras preocupantes que obligan a abordar el problema con decisión, pero sin recurrir al populismo.