Cantaban los simpatizantes y militantes socialistas la noche del pasado 28 de abril: «Con Rivera, no». Era el momento de euforia en la calle Ferraz la noche del triunfo electoral de Pedro Sánchez. Vistas las tres reuniones que ha mantenido el presidente del Gobierno con Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias, no parece que haya muchas posibilidades de que Sánchez se vea tentado de desoír a sus bases. Si la reunión en la Moncloa de Sánchez con Casado sirvió para rebajar la crispación entre ambos dirigentes, el encuentro del líder socialista con Rivera constató las grandes diferencias entre ambos políticos. Más allá de que su relación personal sea más o menos fluida, Rivera tiene muy clara su estrategia, al menos hasta la cita electoral del 26 de mayo: quiere disputarle la hegemonía de la derecha al PP pese a que los populares lograron más escaños el pasado 28 de abril. En esta estrategia no cabe ningún tipo de colaboración con Sánchez, una postura en la que Rivera parece encontrarse muy cómodo política y personalmente. Con Cataluña como caballo de batalla, si tras el 26-M mantiene su «no» frontal, Rivera abocará a Sánchez a pactar con Unidas Podemos y los partidos nacionalistas al mismo tiempo que le acusa de mantenerse en el poder gracias a «populistas» y a quienes no creen en la unidad de España.

Cegadas las vías de colaboración con la derecha, Unidas Podemos se erige como el único aspirante a socio preferente de Sánchez. Fiel a su estrategia de suavizar su imagen agresiva, la postura de Iglesias es menos beligerante que la de hace cuatro años, cuando disponía de más escaños y Sánchez se encontraba en una posición de mayor debilidad. Aun así, su apuesta por formar un Gobierno de coalición no es del agrado del socialista. Más débil que en la anterior legislatura, se da la paradoja de que Unidas Podemos está en mejor posición para arrancarle concesiones a Sánchez ante la decisión de Ciudadanos de disputar el trono de la derecha al PP. Le guste más o menos, Sánchez solo puede mirar hacia su izquierda. Tras la entrecvista, que duró más de dos horas, las manifestaciones de Iglesias fueron las más escuetas, no más allá de señalar su satisfacción, decir que están de acuerdo «en ponerse de acuerdo» y que la negociación será larga.

En cualquier caso, las reuniones de estos días son meras tomas de contacto --Sánchez ha sido criticado por escoger el palacio de la Moncloa como escenario en lugar del Congreso de los Diputados, por lo que fuentes cercanas al presidente en funciones indican que se trataba de limar asperezas y crear un clima de normalidad institucional tras la bronca campaña--, ya que no será hasta después de las elecciones municipales, autonómicas y europeas cuando se desarrolle el gran juego de los pactos a todos los niveles de la administración, imprescindible una vez que el bipartidismo pasó a mejor vida. Más que nunca, la política es negociación.